2011/01/30

2011/01/25 ... y sigue

Llegamos a Jaisalmer a las 5.30, tal y como predecía nuestro pasaje. Por primera vez tengo que admitir que fue un viaje placentero y muy tranquilo. Tanto Gorka como yo dormimos en silencio durante la mayor parte del trayecto. 
En la estación ya nos esperaba Yami con un letrerito que decía "Modi". Este se rió divertido cuando vio que "Modi" no era mi nombre, sino el lógico apodo que me habían dado sus amigos por no tener el pelo que se espera tengan las mujeres.
Cuando nos metimos en la nueva casa, el Siva Palace, nos juntamos en el pasillo con los tres que habían viajado en bus, y que apenas habían llegado unos veinte minutos atrás. Nos subimos a la azotea a parlotear un ratito. El amanecer siguió a la noche estrellada y el alba nos presentó a Jaisalmer. Este pueblo de 58.000 habitantes prometía muchísima belleza.
Hemos dormido de ocho a doce; bueno, Gorka no ha podido pegar ojo, pero por lo menos ha descansado a mi lado. Después, sin esperar a que los demás se despertaran hemos salido a conocer esta belleza de lugar. Hemos callejeado durante horas, en las cuales hemos hablado con mucha gente. Sobre todo dos personas nos han llamado la atención: un molinero muy afable y gracioso y una mujer llamada Santosh.
Santosh es una gitana del desierto, perteneciente  a la casta de los Bopa, la gente que hace música. Se dedica a vender alhajas en una de las entradas del fuerte. La primera vez que hemos pasado por donde ella estaba para entrar al fuerte, nos ha empezado a llamar para que nos acercásemos a mirar lo que exponía sobre su manta, pero nosotros hemos pasado de largo, ya que es el mismo cántico de todos los comerciantes. 
Sin embargo, cuando salíamos la mujer me ha reconocido y ha comenzado a caminar hacia mí con decisión y con una ristra de pulseras y tobilleras en la mano. Gorka, percatándose de lo que se nos avecinaba ha empezado a andar más rápido; pero yo, que la mayoría de las veces soy incapaz de no contestar cuando me hablan, me he girado y le he dicho que no quería comprar nada. Me he sorprendido de lo guapa que era. Me ha pedido que le hiciera  una foto y yo le he dejado claro que no le iba a pagar a cambio. No, no, ella no quería nada. Le he enseñado como había quedado la foto en la pantallita de la cámara y, sin decir nada, se ha agachado y me ha colocado una sencilla y bonita tobillera en el tobillo derecho. Yo, venga a repetirle que no quería nada. Se ha levantado y me ha dicho que no quería dinero, que era un regalo. Esta vez he sido yo la que le ha besado en señal de agradecimiento. 
Para entonces ya se me había acercado una hermana y otro señor, amigo de la familia, que tocaba un instrumento que sonaba a magia pura. El ravanhata.  Me han invitado a ir a su casa por la tarde, y que me reuniera con ellos allí mismo a las 17.00. Me he despedido y me he ido al sitio donde Gorka me esperaba. Le he contado todo y me miraba incrédulo, como si todo aquello oliera a chamusquina. He bajado hasta casa con el presentimiento de que aquella gente no me quería engañar e intentando convencer a Gorka de que aquello pintaba muy bien.
Hemos llegado a casa, nos hemos lavado y hemos lavado la ropa. Para cuando me he dado cuenta ¡ya eran las seis! Al principio, simplemente he querido tirar la toalla, pero algo me hacía recordar la mirada de aquella hermosa mujer. Sin pensarlo dos veces he cogido la cámara y he ido a buscar a Yami, que estaba en recepción, para intentar averiguar dónde  podría encontrarla. Tenía su foto, sabía que su familia hacia música y que tenía un puestillo en el fuerte. Información que le ha servido a Yami para decirme que probablemente viviría en tal zona.
He subido a donde estaban los chicos, que justo habían llegado de pasear y estaban charlando con Gorka en la azotea, y les he contado lo que sabía y lo que quería hacer.  Todos se han mostrado animados ante lo que podía esperarnos. En seguida llegamos a la zona que Yami me había indicado, así que he sacado la cámara para seguir con la búsqueda. Los primeros  a los que he mostrado la foto y mencionado el nombre de Santosh me han señalado hacia una calle de chabolas. Por allí solo se veía pobreza; pura y dura. Hemos subido hacia donde nos decían y he vuelto a preguntar. Gracias a la sincronicidad de la vida mi pregunta ha ido a parar a los oídos de su hija. Otra chica muy guapa. Se ha acercado y me ha mostrado dónde estaba su madre, que ya salía al paso por el alboroto que sacaban los chicos que ya jugaban con un montón de niños del vecindario. Santosh se ha puesto muy contenta cuando me ha visto, y me ha dicho, por favor, que le acompañáramos a su casa. Nos hemos juntado una barbardidad de gente delante del mini-terreno que tienen delante de su chocita: Santosh, su marido Sitaram, sus siete niños llenos de mugre y de pelo polvoriento, Samdar y Jakdish (hermana y cuñado) y sus cinco peques, Luna, Saora, Parma y otros cuantos.
Los hombres, Luna y Sitaram, han sacado el ravanhata y la tabla, y han empezado a hacer música. No solo eso sino que, además, han empezado a enseñarnos cómo se hacía. Nos han servido chai a todos. A veces entiendo cómo Jesús hizo lo de repartir entre un montón de gente un pequeño pescado: es en momentos tan grandes como el que hemos tenido el lujo de vivir, de hacer tanto con tan poco.
Yo me he sentado al lado de la matriarcas Santosh y Samdar. Los niños jugueteaban y curioseaban aquí y allá. Quería estar lo más cerca posible de ellas para poder hacerles llegar mi gusto y mi agradecimiento. Antes de irnos, Santosh se ha quitado uno de sus collares y me lo ha puesto, diciéndome simplemente que éramos hermanas. Llevo muchos días flipando y mi corazón no está acostumbrado a tanto desbordamiento. Antes de marcharnos a cenar hemos quedado para mañana a las 13.00. Ninguno de los cinco piensa faltar a esa cita.

Ciudad del desierto. Jaisalmer.

El amigo molinero.

Santosh.

En casa de los Bopa.

Luna amenizando con la ravanhata, instrumento mágico.



1 comentario: