2011/02/01

2011/01/29

A vecer me da la sensación de que no me va a dar tiempo de escribir todo lo que me está pasando. No quiero dejar de recordar ninguno de los momentos especiales; que son casi todos... Ahora mismo, acabamos de despertarnos y hacer la comanda para desayunar. Estamos sentados en una preciosa terraza de un precioso hotel, en frente del fuerte de Johdpur. Tengo un sueño que arrastro desde hace cuatro días y la expresividad no la tengo despierta. Últimamente no encuentro momentos para dedicarme a la escritura, y eso que disfruto como los Chichos haciéndolo.
La quedada del día 26 fue genial. A la una nos juntamos con la familia gitana en la cuesta donde trabajan y, en seguida, nos trajeron unos chais. Después todos juntos nos fuimos a su casa. Nosotros aportamos la harina para los chapatis y ellos todo lo demás. Nos prepararon una mix de verduritas con chili y comimos por turnos y compartiendo vajilla. Hicieron música, charlamos de esto y de lo otro, jugamos con los cientos de niños y nos llevamos una experiencia que ninguno de los cinco vamos  a olvidar jamás. Cosas que no se pagan con una visa oro.
Al día siguiente, ya con los argentinos que llegaron siguiendo nuestros pasos, y dos japonesas que conocimos por ahí, nos montamos en dos jeeps y nos pusimos rumbo al desierto; nos sin parar antes por dos puntos de turis: el Cenotafio de Jaisalmer, que es el crematorio de los Maharajás donde las lápidas recuentan el número de mujeres que se lanzaron (o, seguramente, fueron lanzadas) a la pira funeraria de su marido. Una de ellas exponía hasta 21 figuritas en honor a las 21 "esposas virtuosas". Y una ciudad en ruinas que nos impresionó por sus dimensiones y la armonía de sus calles.
Por la tarde el momento esperado: el pequeño safari en camello. Levanté la mano como lo hacen los futbolistas cuando marcan un gol y te lo dediqué, Dani. ¡Jeje! No pasamos del paso lento y del trote, pero menos mal, porque desde allí arriba todo parecía moverse sobremanera. Hicimos una ruta de una hora desierto adentro y nos bajamos cuando llegamos a la zona de las dunas, con los pies arqueados y dolor en la entrepierna. Ya no faltba mucho para que se pusiera el sol, así que nos apresuramos para recoger palos y ramas secas por los alrededores. Mientras tanto los guías hacían chapati para todos.
Para las siete ya había oscurecido y enfriado, así que prendimos el primer tronquito. El fuego no se apagó hasta cerca de la una, y fue otro momento mágico. Cantamos en hindi, catalán, euskera, argentino y japonés, y nos enmarañamos en otra conversación sideral bajo las millones de estrellas que bailaban en el manto negro de la noche. Para dormir nos repartieron dos mantas  por cabeza y nos pusimos los unos junto a los otros para darnos calor humano. Hacía un frío del carajo, pero el cielo era una barbaridad.
A la mañana siguiente no hubo alma que no tuviera que correr detrás de algún arbusto o cactus para desalojar el vientre. Nos despertamos cuando el sol salió por el horizonte, y los señores del desierto ya estaban liados con el chai y tostanto las tostadas. No hicimos mucho más que tomarnos el desayuno con arena y recoger el campamento. La mayoría nos quejábamos de agujetas en la entrepierna, por eso hubo camellos que volvían con menos peso sobre las espaldas. Llegó un jeep para trasportar todos los bultos, y nos metimos todos dentro como pudimos.
A las 16.30 de la tarde de ese mismo día cogimos todos el tren hacia Johdpur. Un viaje ameno de cinco horas y media en tren y cera de otra horita pateando por las calles en busca de cama donde caernos muertos. Siguiendo primero a uno y luego a otro, y negociando hasta el último céntimo, vinimos a parar al Hem Guest House: el mejor hotel en el que nos hemos alojado en lo que va de viaje. Todo muy nuevo, muy limpio y muy muy bonito. Aún no podemos creernos que nos hicieran un precio tan bueno... aunque también hay que decir que éramos siete personas en busca de alojamiento y con eso se pueden hacer mejores negocios. Maravilla de lugar y maravilla de gente.







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