2011/09/25

2011-09-22 Mindful Farmers

Tengo los pies amarronados y seis ampollas en la mano derecha. Llevamos tres días en la granja de Pi Nan, un señor que empezó su proyecto en estas tierras, a unos treinta kilómetros de Chiang Mai, hombre que se ha hecho granjero tras haber pasado veinte años de su vida como monje budista. Su sonrisa es amplia y sincera. En el poco tiempo que llevamos trabajando con él y otros seis compañeros, hemos visto elevarse la estructura de madera de la que será la casa del ex monje. Los compañeros son: su hermano pequeño, que es al mismo tiempo el dueño de todo el terreno; un matrimonio del lugar que vive así, de la misma manera en vivimos nosotros estos días; Ajan Sao, que es el amigo procedente de una aldea Karen, que habla inglés-tai-karen, y que la mitad de las veces no nos entendemos pero que sus ganas de risa traspasan cualquier frontera; el super abuelo que con su escaso tamaño sorprende por su habilidad, energía interminable y saque de quinceañero; Thomas, un alemán que ronda los cincuenta y que lleva viviendo en la zona los cuatro últimos años, y cuando digo viviendo me refiero a que sale adelante con los 250 baht que gana al día (lo que equivale a seis euros con algo)... 
Aquí se levanta a las seis para pasearse por donde nos de la gana y mirar alrededor. Al mismo tiempo, se observa lo que se hizo el día anterior y se está tranquilamente. Una dulce manera de empezar la jornada. A las siete y media se desayuna. El desayuno lo preparan entre los que pululan por ahí. Un desayuno potente: por ejemplo, hoy hemos desayunado sopa de calabaza, patata y alga (exquisito), sticky rice, arroz integal, brotes de soja saltedos con hierbas y mucho chili, aguacate con salsa de soja, semillas de sésamo y limón, y plátanos (¡qué sabor los plátanitos!). Despues se trabaja en lo que toque: construcción de la casa, talar árboles, pelar troncos, transportar troncos o bloques de cemento, construcción de una cabaña para voluntarios a base de tronquitos y hojas secas (casitas de árbol), ayudar a Ayan Sao en la niñería de vegetales u otras plantas o cualquier otra cosa que haya que hacerse en el momento. A eso de las doce se para para comer lo que haya preparado la mamá del lugar. 
Después, a nosotros siempre nos alarga la siesta hasta la una y media, pero cuando llegamos a la obra (que está monte arriba) ahí están todos ya envueltos en sus quehaceres. Pero aquí,  no se trabaja de la manera a como estoy acostumbrada, de hecho, se trabaja SIN PRISA Y CON ALGUNA PAUSA, no se está mirando a las musarañas porque eso sería contraproducente, pero lo haces todo como si quisieras ser consciente de cada golpe de hacha o de cada paso. Se toma el tiempo para respirar y corregir un poquito la espalda, y si los demás te ven te sonríen o te hacen algún chiste. Y esta gente no está aquí como nosotros, de voluntarios que se van a ir dentro de poco, sino que esta es su vida; ¡viven así! ¿Pero sabes qué bien? Es que, ¡qué paz te da! Se nota que ya nos acercamos, poquito a poco, a lo que escogemos realmente como vida. 
Total, a las cinco paramos (bueno, hoy hemos acabado una hora antes, cortesía de la casa al trabajador); lo que cuenta no es lo mucho que se haya avanzado, sino que se ha trabajado para ir avanzando . Duchita y un poco de descanso en nuestra casita de árbol, y a preparar la cena.  Después, tenemos como horita y media para cada uno, antes de juntarnos de nuevo con Pi Nan y meditar; el primer día, antes de sentarnos todos juntos, caminamos descalzos sobre la hierba, humedecida por el rocio, simplemente, para prestar atención a nuestras sensaciones, a cómo sentíamos cada paso, a estar ahí. Tras la meditación, el ex monje nos habla un poco sobre el budismo o sobre la importancia que tiene el ser conscientes en todo momento, para que no caigamos en las trampas de la mente. 
Después, solemos tener que buscar el paraguas porque a mitad de la sesión de meditación las nubes empiezan a expulsar sus tormentas tropicales y ya no se pueden dar diez pasos sin que termines con los culeros chorreando. Y para recorrer el circuito que nos lleva hasta nuestra casita de árbol, nos queda por atravesar un senderito encharcado, una huerta en barbecho (imagínese el barrizal), otro senderito con una curva, un puente que son tres tronquitos y un madero mal puestos (no consigo cruzar tranquilamente), y una cuesta bosquecillo arriba hasta nuestra casita de árbol. 
Nos metemos en la mosquitera (que es básicamente nuestro cobijo en este entorno lluvioso, salvaje y natural) y podemos ver las sombras de los árboles entrando a nuestro colchón, ya que nuestra casa de árbol no tiene cuarta pared, y escuchar a la lluvia romperse contra las hojas, a los grillos, ranas, murciégalos, mosquitos y demás insectos muy de cerca, como si estuviesen todos alrededor de la mosquitera cantándonos una nana. ¡La verdad es que me encanta! Me siento como una hada pequeñita en el bosque encantado y creo que es un lugar de lo más romántico.


Nuestra casa de árbol.


Construyendo la casita de Pi Nan.


La idea de Pi Nan. Así será su casa. 


El de naranja es el hermano de Pi Nan (no sé escribir su nombre, suena raro) y el de azul el incansable y enérgico super abuelo gracioso. Por cierto, este señor fue cantante y un famoso humorista en Tailandia. Pena que no podamos entender nada en este idioma tan raro...


A la hora de comer todos juntos como hermanos.


Con Jessica, una australiana muy agradable y la tía de Pi Nan. La mamá de la casa.


Enseñándole a Pi Nan su blog nuevo: http://mindfulfarmers.blogspot.com/ 
Por cierto, le gustó tanto mi "peinado" que me pidió que le hiciera lo mismo... ¿os lo imagináis? ¡Jajajaja!! ¡qué auténtico es este señor! Mi hermano Pi Nan.


2011/09/16

2011-09-16 Gnocchi para todos

Hace dos noches nos juntamos, como viene siendo habitual desde que conocimos a Andrea, en el jardincillo de su guest house, para prepararnos una cena (ellos tienen cocina). De la mano de este locuaz y alegre italiano aprendimos e hicimos unos gnocchi al pesto para lamerse los dedos. Algo, desde luego, que no esperábamos aprender en este viaje a Asia, pero que  no nos viene nada mal. El saber no ocupa lugar y unos gnocchis caseros y un pesto preparado por una misma, ¡no se pagan con dinero!


Ingredientes sobre la guitarra.


Gorka se cascó un pesto que habla por sí solo.


Mezclando la patata cocida con harina.


Antes de cortar los gnocchi se preparan unos churros largos y graciosos. Como dos niños jugando con plastilina. Nótese que el mantel es bien natural y ecológico: una hoja de plátano.


Hicimos gnocchis para un regimiento. Tuvimos para cenar dos noches consecutivas.


Gnocchi al pesto... ¡toma esa!

2011/09/15

2011-09-15

El último día que estuvimos en Pai alquilamos una moto, ya como de costumbre, para ir a ver el entorno de aquel lugar de campos verdes y agua. Queríamos habernos desplazado hasta Mae Hong Son para conocer a las mujeres de cuello largo, las que se ponen un montón de aros para dar a sus cuellos el aspecto de cuellos de cisne, pero la que nos rentó la motoreta nos convenció de no ir. Al parecer, ahora mismo solo quedan dos en el poblado y tienen una contagiosa enfermedad "de ojos rojos", tal y como nos explicó la amable muchacha. Aunque, la verdad es que los que nos convencieron de abstenernos de hacer tal viaje fueron los ciento diez kilómetros de ida que teníamos que recorrer. 
En lugar de eso, decidimos visitar algunos puntos que la misma muchacha nos marcó como interesantes en el mapa que llevábamos. Dimos con unas cataratas que nos sorprendieron por lo bonitas que eran (pues el último par de cataratas que visitamos no habían sido gran cosa). Estuvimos un buen rato sentados sobre una de las rocas que sobresalían en una orilla del afluente, escuchando en silencio la caída de aquel torrente de agua.
Al atardecer nos acercamos al Pai Canyon, que resultó ser también de lo más visible e insólito en medio de aquel paraje. Altas pareces de roca y tierra rojas, que serpentean a su antojo y sobre las cuales se han ido formando sinuosos senderitos con sendos precipicios a cada lado. ¿Quién iba a decirnos que encontraríamos un cañón colorado en este rincón del mundo?
Por si fuera poco lo que descubrimos ese día, aún nos quedaba por conocer algo más bonito, o más bien, alguien más valioso. Cuando bajábamos del cañón ya estaba oscureciendo así que nos planteamos dejar para mañana lo de las hot-springs, las termas. Pero, estábamos ya muy cerca según el mapa, por lo que, finalmente, optamos por acercarnos al sitio para ver si teníamos suerte y aún podíamos entrar. Al fin y al cabo, pensamos, a esas horas seguro que habría menos gente... y más intimidad.
Llegamos al sitio y, antes de pagar la entrada, preguntamos si podíamos echar un vistazo al lugar. Anduvimos hasta la "piscina" y vimos que solo había una chica. De nuestra edad más o menos. Escuchó telepáticamente nuestra pregunta interna y empezó a explicarnos en inglés que el agua estaba muy bien, algo más "fresquita" que la vez anterior. Vale, pues entonces, nos quedamos. 
Se llama María, de Castellón, y se le había hecho de noche pensando que el cielo se mantendría claro y que la luna podría iluminar su camino de vuelta hasta el pueblo. Lo que no pensó es que tendría a dos torpedos en moto que le harían de faro durante el trayecto. Fuimos a cenar juntos. Una chica maravillosa, que nos habló de las comunidades de España (y no me refiero a las autónomas, sino a las autosuficientes) y de todas las experiencias acumuladas en su interesante vida. 
Y precisamente la conocemos ahora, que se nos acerca la hora de la vuelta y que empezamos a pensar en lo que queremos para nuestras vidas. Pues si no sabemos realmente cómo queremos que sea nuestra nueva etapa de vida, lo que tenemos claro es cómo no será. Y ciertamente, llevábamos un tiempo dándole vueltas a eso de dar un paso hacia la Naturaleza, un paso hacia atrás en este mundo de evolución y necesidades innecesarias. La idea, poquito a poco, ha ido cogiendo forma y cada vez nos emociona más. Pero, ahora mismo, estamos en Tailandia, por lo que nos toca vivir lo que nos toca... después, ya se verá.
Al día siguiente los tres cogimos el mismo autobús que nos traería de nuevo a la mágica Chiang Mai. 
El domingo, nos pasó algo que hasta el momento no nos había pasado, por mucho que otros viajeros nos lo hubieran comentado en otras ocasiones. Paseábamos los tres, entre risas y los puestos de la Sunday Market.
Contexto: cientos, pero muchos-muchos puestos a lo largo de una calle que recorre el Casco Antiguo de la ciudad de este a oeste; ropa, pollo, juguetes, café, cuadros, hamacas, sushi, bandas de ciegos que tocan en fila india sentados de manera que forman una isleta en la mitad de la calle, sticky rice con mango, masajes, cuero, cristal, zumos y batidos, colores, gente, gente y gente. Total, que María y yo íbamos absortas en nuestra coña del momento, cuando de repente, vimos a Gorka que nos hacía una señal que no podíamos captar. Dimos un paso más por la inercia y más absortas nos quedamos cuando nos dimos cuenta de que el mundo había parado. Literalmente en seco. Nadie se movía, nada se oía. La calle que hasta hacía un segundo había sido un ajetreo puro y duro, se había quedado congelada, y un segundo después logró entrar a nuestros  incrédulos oídos la razón de lo que pasaba. Por los altavoces que se distribuyen por la ciudad, chorreaba el himno de Tailandia, y todos debían de dejar de hacer lo que hubieran estado haciendo y parar en seco, para llevarse la mano al pecho y sentir su melodía. ¡Vaya patraña! Al tercer segundo me entró la risa incontenible del que quiere contener la risa. A María, que me miró de reojo, le entró la risa también y para qué queríamos más. El himno se me hizo eterno, y dos mujeres que quedaron plantadas en frente de mí, no hacían más que mirar a la maleducada farang (turista extranjero) que no mostraba su respeto al rey. Y es que en Tailandia al rey se le tiene mucho aprecio. 
Si no hemos visto diez mil fotos y cuadros del excelentísimo en calles, puertas, paredes, puentes, escaparates, banderas y televisión, no lo hemos visto ninguna vez. Pero, ¡qué gracia! Me acuerdo de que por un instante, por muy corto que fuera, mi cabeza no pudo dar crédito a lo que estaba pasando. Mi mente vivió un momento de surrealidad real.



María a la izquierda, Andrea a la derecha (un italiano tan loco como buena persona).


¡A ver quién tiene los dientes más blancos!


Una stupa en Chiang Mai.


Buddha, en blanco y negro.


Un precioso lirio de agua.


¡Goooooong!


2011/09/08

2011-09-08 Bambu Tattoos








2011-09-08 Route 1095, Chiang Mai to Pai, 136 kms, 762 curves

Tres días en Chiang Mai. Nos encanta. Cada vez encontramos más y más cosas que hacer y aprender en esta ciudad. Un destino que no nos importa repetir las veces que haga falta. Tres días que dedicamos a planear nuestro último mes tailandés y asiático. Tras los cuales cogimos un autobús para recorrer la Ruta 1095 hasta Pai. Un pueblito de no más de 3000 habitantes, y casi otro tanto de extranjeros que se han acomodado a la vida de este romántico y bohemio pueblecito multicultural. Vinimos aquí con una idea en la cabeza, pues nos habíamos enterado que de aquí proceden los mejores tatuadores de bambú, y nos encontramos con un lugar en el que es un placer transcurrir el tiempo: ambiente relajado y muy verde. 
Ya el primer día conocimos a Oy, Vemp y Buh, tres autóctonos más simpáticos que mandar hacer. Uno de ellos trabaja en el bar donde nos conocimos, el Reagge Bar, otro hace música en el mismo y el último es artesano de cuero: sobre todo calzado, pero le puede dar a cualquier cosa. 
El segundo día compramos un par de libros de segunda mano, y lo dedicamos a la lectura (hacía muchísimo tiempo que no nos sentábamos el uno junto al otro sumergidos en la lectura); y, por supuesto, pensando y diseñando los que serían nuestros recuerdos imborrables de este viaje de nuestras vidas. Los tatuajes que inmortalizarían esta experiencia; al menos mientras habitemos estos cuerpos.
Y ya hoy, nos hemos acercado a Z-One, donde nuestro artista de los bambu-tattoos nos aguardaba con los diseños perfeccionados y personalizados. Primero yo y después Gorka hemos pasado por su camilla y sus manos expertas. El resultado es maravilloso. Ahora mismo no podemos estar más orgullosos y excitados con nuestros nuevos dibujos en nuestros cuerpos.
¡Felicidad para todos!



Monumento de los Tres Reyes en el centro de la vieja Chiang-Mai.


Alertas en sus puestos de thai-massage, para que el Sunday Market empiece a atraer a los cientos de visitantes y empezar a ganarse el pan.


Uno de los muchos templos de la ciudad.


Puesto de comida en el Sunday Market.


Barbacoa de plátano y chupachuses de arroz.


¡No nos vamos sin probar uno de esos!


En el Reagge Bar con Buh y Oy.


Entrenando a estos curiosos escarabajos rinoceronte en las calles de Pai.

2011/09/06

2011-09-06 Respuesta a Moi y a todos a los que interese el tema...

Esta entrada no deja de ser una respuesta a otra entrada que mi amigo, Moi, publicó en su blog, http://lapalabrainquieta.blogspot.com/ hace unos días. En su momento hice un comentario que distó mucho de ser suficiente, así que, allá va mi explicación:


" Noooo... no quiero dejarte con ninguna incognita, amigo mío,
Pues bien, como tú mencionas, yo también he dejado de creer en un Dios con forma de persona para creer en un Dios que no es nadie, sino que lo es el todo. Hasta ahí, totalmente de acuerdo con tus palabras.
Pero después, se puede deducir, que según lo que dices tú, y como ya dijo Descartes, que "pienso, luego existo". Ese es exactamente el punto que no me cuadra. 

En esta sociedad no hay cosa más real que lo que no piensa, como lo hacemos los humanos. Estamos atrapados en una sociedad que estimula nuestra mente, todo son diferentes inputs a los que reaccionamos de acuerdo con nuestro subconsciente... es decir, creemos que somos nosotros los que pensamos... ¡qué pena! el subconsciente reacciona y nosotros pensamos, pensamos y pensamos...  y pensamos que nosotros hemos creado voluntariamente el pensamiento...
no hay nadie sobre este planeta que no SEA más que los animales... o acaso has conocido a un animal que no sea tan animal?? es decir, un humano... no es el pensar lo que le hace humano... es su humanidad... pero estamos tan ocupados en pensar, y pensar que el pensar es tan importante, que se nos olvida quienes somos, y así deja poco a poco de existir nuestra humanidad. Dejamos de SER para PENSAR que somos. 
Un gato, es un gato, aunque no reflexione sobre ello. Nunca piensa en lo que significa ser un gato, pero es más gato que nadie. Simplemente ES. Nosotros hace mucho que dejamos de hacer ese verbo sobre el cual reflexionamos tanto: SER.
Yo me atrevería a afirmar: Cuando aprendemos a no pensar, para que los pensamientos no nos piensen a nosotros, cuando ya hayamos transcendido nuestra mente, entonces empezaremos realmente a existir como lo que realmente somos. Seres humanos... no pensadores. Que tenemos un instrumento que piensa y que es de lo más útil: verdadero, nuestra mente es fantástica, mas no nos confundamos; nosotros no somos nuestra mente ni nuestros pensamientos... que también los somos, pero no estamos limitados a lo que pueda entrar en ella. Solo es un instrumento a nuestro servicio... no nos olvidemos de ello, que entonces caeremos en el error que nos hace creer que somos porque pensamos. La mente es muy inteligente, y le encanta pensar que lo es. Es muy difícil hacerle ver que no todo lo puede entender, ni abarcar... 
Einstein, que fue un genio, dijo una vez algo que me chifla, a ver qué opinas tú, Moi:


"La mente intuitiva es un don sagrado y la mente racional es un fiel sirviente. Hemos creado una sociedad que honra al sirviente y ha olvidado su don."


Ya me dirás lo que dices tú de todo este lío que he intentado explicarte....






2011/09/03

2011-09-03


La mañana que quisimos salir de Ranong hacia la capital tailandesa, madrugramos un rato porque nos habían dicho que el primer bus salía a las cinco de la mañana. Nosotros, para no quedarnos sin ticket estábamos como dos velas en la estación para las cuatro y cuarto. Allí no había ni un alma. Bueno sí, tres hombres musulmanes y un niño, charlando en un banco como si fueran las cuatro de la tarde. Raro-raro. A ellos preguntamos si sabían del autobús que queríamos coger... Ni idea. 
Para eso de las cinco menos algo, llegó otro señor para abrir su puesto de "picoteos", al que nos acercamos para ver si este sabía algo del asunto. Nos acompañó hasta la taquilla, que estaba totalmente en soledad, y apuntó con su índice a unos horarios en tai, que solo él entendía. Le volvimos a preguntar lo que aquello significaba, porque él no parecía darse cuenta de que no nos enterábamos y ya nos dijo, desafortunadamente, que el primer bus no partiría hasta las nueve de la mañana... ¡ai ama!
En fin, sacamos las esterillas y a dormir la mona, que ya estamos acostumbrados a dormirnos en cualquier rincón. Nos despertaron los gritos de un señor que decía no sé qué sobre Bangkok. Gorka se levantó y fue a supervisar el área, por si había otro bus que partiera inmediatamente. Nada. Seguiríamos esperando hasta las nueve.
Después, el viaje fue otra odisea, ya que lo que supuestamente iba a durar siete-ocho horas, duró once horacas... ¡vaya día! Llegamos a Bangkok más cansados que veinticinco. Directamente cogimos un taxi para que nos trasladara hasta KaoSan Road, donde dimos con el guest house que Elena y Claudio nos habían recomendado. Una ducha rápida, cinco minutos de ciber-café y una llamada telefónica: nos encontraríamos con Leelee, una amiga japonesa que conocí personalmente hace justo un año en las fiestas de mi pueblo, en cinco minutos en la puerta del Burrikín. ¡Hay que ver las vueltas que da la vida!
Ella nos llevó a un antro underground y submundista, donde estaba tomando un trago con un amigo americano. Sin decir ná, nos sacaron unos vodka-redbull y pa' dentro. Con el hambre y el cansancio que traíamos y trincándonos aquellos cubatazos. En fin, era la ocasión la que no nos permitía negarnos a lo evidente. Terminamos la noche bien cociditos...
A la mañana siguiente, volvimos a juntarnos con ellos para ir a almorzar juntos. Después ellos cogían un vuelo a Ho Chi Min, y nosotros nos volveríamos a acercar a la estación ferroviaria para coger el billete de tren hacia el norte del pais. Una vez más nos tocaba esperar ocho horas... así que dejamos las mochilas en las taquillas y nos fuimos a dar vueltas a la ya conocida Chinatown.


De voluntario en un parque de Ranong.


¡Esos rockeros tailandeses!


Genial reencuentro con Leelee y su amigo Pad.


Chinatown y las aceras abarrotadas de todo lo que te puedas imaginar, 
y de lo que no te puedes imaginar también.