2011/09/03

2011-09-03


La mañana que quisimos salir de Ranong hacia la capital tailandesa, madrugramos un rato porque nos habían dicho que el primer bus salía a las cinco de la mañana. Nosotros, para no quedarnos sin ticket estábamos como dos velas en la estación para las cuatro y cuarto. Allí no había ni un alma. Bueno sí, tres hombres musulmanes y un niño, charlando en un banco como si fueran las cuatro de la tarde. Raro-raro. A ellos preguntamos si sabían del autobús que queríamos coger... Ni idea. 
Para eso de las cinco menos algo, llegó otro señor para abrir su puesto de "picoteos", al que nos acercamos para ver si este sabía algo del asunto. Nos acompañó hasta la taquilla, que estaba totalmente en soledad, y apuntó con su índice a unos horarios en tai, que solo él entendía. Le volvimos a preguntar lo que aquello significaba, porque él no parecía darse cuenta de que no nos enterábamos y ya nos dijo, desafortunadamente, que el primer bus no partiría hasta las nueve de la mañana... ¡ai ama!
En fin, sacamos las esterillas y a dormir la mona, que ya estamos acostumbrados a dormirnos en cualquier rincón. Nos despertaron los gritos de un señor que decía no sé qué sobre Bangkok. Gorka se levantó y fue a supervisar el área, por si había otro bus que partiera inmediatamente. Nada. Seguiríamos esperando hasta las nueve.
Después, el viaje fue otra odisea, ya que lo que supuestamente iba a durar siete-ocho horas, duró once horacas... ¡vaya día! Llegamos a Bangkok más cansados que veinticinco. Directamente cogimos un taxi para que nos trasladara hasta KaoSan Road, donde dimos con el guest house que Elena y Claudio nos habían recomendado. Una ducha rápida, cinco minutos de ciber-café y una llamada telefónica: nos encontraríamos con Leelee, una amiga japonesa que conocí personalmente hace justo un año en las fiestas de mi pueblo, en cinco minutos en la puerta del Burrikín. ¡Hay que ver las vueltas que da la vida!
Ella nos llevó a un antro underground y submundista, donde estaba tomando un trago con un amigo americano. Sin decir ná, nos sacaron unos vodka-redbull y pa' dentro. Con el hambre y el cansancio que traíamos y trincándonos aquellos cubatazos. En fin, era la ocasión la que no nos permitía negarnos a lo evidente. Terminamos la noche bien cociditos...
A la mañana siguiente, volvimos a juntarnos con ellos para ir a almorzar juntos. Después ellos cogían un vuelo a Ho Chi Min, y nosotros nos volveríamos a acercar a la estación ferroviaria para coger el billete de tren hacia el norte del pais. Una vez más nos tocaba esperar ocho horas... así que dejamos las mochilas en las taquillas y nos fuimos a dar vueltas a la ya conocida Chinatown.


De voluntario en un parque de Ranong.


¡Esos rockeros tailandeses!


Genial reencuentro con Leelee y su amigo Pad.


Chinatown y las aceras abarrotadas de todo lo que te puedas imaginar, 
y de lo que no te puedes imaginar también.

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