2011/07/30

2011-07-27 Trabajando duro


La semana granjera va pa'lante. Nos despertamos a las siete y media para dar de comer a los animales antes de hacer otra cosa. Llenar la megabolsa con hierba recién cortada y repartirla entre las cabras y las gallinas. Lo que hacemos después de desayunar y después de comer, cambia cada día, pues el tiempo es bastante inestable y las tareas varían dependiendo de este: quitar hierbajos, transplantar diferentes verduras, sembrar nuevas frutas o plantas, limpiar árboles (especialmente, limas) de las invasoras trepadoras y darles un poco de amor, limpiar los corrales, preparar compost sin químicos, arreglar el almacén para un festival eco-sostenible que va a tener lugar de aquí a un mes... 
Pero no todo es trabajar... también nos queda tiempo para darnos un bañito en el jacuzzi, que es una pocita que hace el río justo en frente de casa, hacer un poco de música, escuchar a Ladia hablar sobre las plantas medicinales, la agricultura natural o la permacultura, y comer. ¡Qué bien se come en esta casa! Desde que empezamos el viaje, no hemos comido tan bien ninguna vez: sus pedazo desayunos, los almuerzos vigorosos y las abundantes y exquisitas cenas. ¡Y siempre con pan! ¡Y vaya pan! Pues también hemos aprendido a hacer pan, mermelada y chucrut (berza fermentada). 
En cuanto a la vida salvaje no hemos tenido ningún tipo de percance: los momentos más intensos son cuando Ladia nos cuenta las veces que se ha topado con elefantes salvajes y osos. De otro modo, ayer por la noche cuando íbamos hacia nuestro cuarto un animal nos rugió por detrás de los matorrales y corrimos hacia la cocina: no pudieron haber sido los perros, porque tres de ellos estaban ante la puerta de la cocina esperando su cena y el cuarto venía con nosotros... Ladia nos tuvo que acompañar hasta la puerta porque nos entró un poco de cague. Y, luego, por la noche, aguantando las ganas de mear, porque cualquiera salía allí afuera a poner el culo al aire... bueno, Gorka sí, pero yo no.
Y bueno, también están las dichosas sanguijuelas... que nos chupan la sangre cada vez que pueden... ¡hay cientos de ellas! Al principio dan un poco de repelús, pero después, sin más, esperas a tener un poco de sal para echarles por encima y ellas solas se marchan. Además, por lo que nos ha contado este, previenen los ataques al corazón porque hacen que la sangre corra más líquida. No hay mal que por bien no venga.


Barbacoa vegetariana de sábado noche.


De derecha a izquierda: Ladia, Peter, Isabella, Hiro, Gorka and Eider.


Aprendiendo a manejar las kariokas, sin kariokas...


Gatuno.


Tomándonos un chapuzón en el jacuzzi.


Mary.


Cabras curiosas.


Pavos y pollitos.


Las hermanas Sara y Chichi.

2011/07/27

2011-07-24 I AM A FARMER!


La mañana que salimos de casa de Dexter y Natalie fue algo especial. Teníamos que coger un taxi hasta la parada de bus que nos correspondía, así que salimos al arcén. Pasaron tres taxis: el primero pasó ocupado, el segundo idem de lo mismo y el tercero puso cara de "uhhh... que mal me viene" y nos dijo que a ese destino no nos llevaba. Nos miramos con cara de circunstancia y, por unos momentos, nos entró la cagalera de que no íbamos a poder llegar para la hora. Decidimos caminar hasta alguna avenida con más tráfico para probar suerte.
 Nos paramos en la isleta que divide los dos carrile,s ya que no sabíamos en qué dirección teníamos que salir y, además, para tener más posibilidades de taxi. Una mujer en un land-rover nos avisó por la ventana de que allí era difícil que nos parara ningún taxi... más confundidos que antes, nos volvimos a mirar para preguntarnos en silencio que qué leches íbamos a hacer. Entre tanto, otro coche con dos señoras se paró en medio y, de nuevo desde la ventanilla nos preguntaron que hacia dónde nos dirigíamos: "Jalan Duta Bus Station", les sacamos de dudas. Acto seguido nos abrieron las puertas de su buga y nos dijeron "pa'rriba chavales que os llevamos". ¡Toma ya! 
Nos montamos y charlamos animadamente hasta que nos dejaron en la puerta de la estación. No les quedaba de camino, como podíamos haber supuesto ante tanta amabilidad, pero como iba a ser muy difícil que ningún taxi nos parara (todavía no hemos averiguado por qué) pues decidieron, de buenas a primeras, echarnos un cable. No todo el mundo tiene las mismas preferencias... 
En la taquilla preguntamos por el "Transnasional Ekspress" que se dirigía a Lenggong. El taquillero tecleo un poquito y nos dijo que no quedaban asientos. De nuevo la mirada de desconcierto se cruzó por nuestros ojos. Me di media vuelta y con cara de urgencia le dije al señor taquillero si no podríamos sentarnos en el pasillo. Teclilleó de nuevo y, de repente, nos comunicó que sí que quedaban dos asientos. "Uffff... qué alivio".
Tras tres horas y media de conducción llegamos a nuestra parada. Teníamos un nombre y dos números de teléfono. Nos acercamos a la cabina más cercana e intentamos llamar a ambos números sin éxito. Lo intentamos, fácilmente durante veinte minutos, sin obtener respuesta al otro lado de la línea. Solo nos quedaba una alternativa, buscar algún ciber desde dónde mandar un mail a los de la granja para que bajaran a recogernos. Esperaríamos quietecitos en la estación.
Para cuando volvía del ultramarinos de pueblo con acceso lento y limitado a Internés, Gorka estaba metiendo las mochilas en el "maletero" sin puerta de un coche-lata destartalado y roñoso con la ayuda de Ladia, que opuestamente a lo pensábamos era un señor. ¡Al parecer pasó por allí por si habíamos llegado ya! Entramos, como mejor supimos, en aquel artefacto lleno de herramientas de huerta, tierra y sacos; fuimos a liquidar algunos asuntos de menester, y nos pusimos rumbo a la granja. El camino parecía la pista de una montaña rusa, por lo estrecho y empinado de la vía pecuaria por la que circulábamos a una velócidad loca. "¡Madre mía, dónde me estoy metiendo!" pensamos al unísono.
Llegamos a casa y Ladia, un chico checo chaco de Chequia (¡jeje!) nos comentó cuál sería nuestra rutina durante la siguiente semana, y hablamos un poco cada cual de sí mismo, para empezar a conocernos un poquito más. Además nos alertó de que estábamos en plena jungla y que deberíamos estar muy alertas; sobre todo, nos hizo entender que ante cualquier presencia de vida salvaje (monos, jabalís, cobras, escorpiones...) deberíamos mantener la calma, dejar siempre la mente en blanco y retroceder suavemente. 
Después, nos guió hasta nuestra "habitación" que estaba en el almacén, junto a la habitación de las cabras y la de las gallinas y pavos. Estábamos flipando... todo llenito de mierda: mierda de animales de corral, hierbajos, moscas, mosquitos y avispas muertas por doquier, jaulas para transportar gallináceas... un madero que hacía de somier, dos colchones carcomidos, no luz, no agua y de nuevo, nuestras caras de interrogación. ¡No hay miedo!, nos animábamos mutuamente.
Tras conocer nuestra King Deluxe Room nos llevó a ver su jardíncito de setas y allí, nos mostró a lo que se refería con lo de vida salvaje. Con un palito sacó de aquel huertecito a ¡un escorpión! Vaya salto pegué pa'trás... en fin, mente en blanco, nosotros podemos hacerlo. 
Nos dimos un tiempecito para el reconocimiento de todos los alrededores y demás detalles, y nos volvimos a juntar en la cocina con Ladia y Bella (una chica sueca) para degustar la comida del lugar. Ya nos empezó a gustar más el sitio...


Little India de noche.


De noche todos los gatos son pardos.


La casa principal de la granja, Ladang Teh Farm.


La entrada del almacén: en donde duermen cabras, gallinas, pavos, patos, un conejo, un escorpión y nosotros.


GU.


Nuestras anfitrionas: Jane, a la izquierda; Mary, a la derecha, y Sara, detrás.


2011/07/21

2011-07-21 Aterrizando en Kuala Lumpur, Malasia


El día 19 de este mes aterrizamos sanos y salvos, tras dos horas de viaje, en Kuala Lumpur. Tras coger un autobús (una hora) y un metro-tren (media hora), llegamos a la estación de Kepong, donde nuestros anfitriones de Couch-Surfing, Dexter y Natalie, nos esperaban con una gran sonrisa asiática. Este matrimonio joven, agradable y dicharachero, de proveniencia china, nos ha hospedado en su casita desde entonces. En la casa también vive una amiga de la familia, Ice, otra chica de origen chino, que es la culpable de que nosotros estemos aquí. Fue ella la que les habló sobre el Couch-Surfing, y somos nosotros sus primeros "inquilinos sin renta".
Nos llevaron a un mercado de barrio, a comer cosas típicas malayas y nos programaron un itinerario para que no dejaramos de ver los sitios más importantes o vistosos de la ciudad: Little India, KLCC (las torres Petronas), Chinatown... Esta ciudad plural y multicultural de casi dos millones de habitantes, nos ha dejado bastante sorprendidos, y el balance que hacemos es casi positivo. Lo de "casi" viene a decir que en tanto que es una ciudad tan grande es difícil que se acomode a nuestros gustos. Pero no está nada mal.
Hay que decir, claro está, que influye que estemos acoplados en casa de esta gente tan generosa. Además, ayer tuvimos la oportunidad de comer ¡TORTILLA DE PATATAS!. Tras ocho meses sin probarla nos supo a gloria bendita. El día anterior estuvimos hablando de lo que se come aquí y allí, y nos pareció una idea fantástica la de prepararles una Spanish Omelette para que lo flipasen un poquito. No sé quién flipó más... ¡si ellos o nosotros mismos!
Ya mañana, por cómo sopla el viento, parece que le tiraremos para el norte. Nos aguardan en una granja ecológica en Perak, donde trabajaremos de voluntarios, al menos por una semana. Aunque parezca mentira, nos apetece trabajar y aprender de la tierra... ¡cómo son las cosas!

En el mercado.


Desayunando con nuestros anfitriones.


KLCC, las torres Petronas.


Unas cuantas fotos de Chinatown.









Templo indio, Sri Mahamariamman.


Edificio del Sultán Abdul Samad, 1894.


El pedacito de la vergüenza.


Tofu al vapor y Tempe frito con vainas francesas, de la mano de Kit Yee.


Dexter and Natalie, Kit Yee (nombre real).


Ice (nombre en inglés), Hui Ping (nombre chino, el del pasaporte).


2011/07/18

2011-07-18 Lujo y glamour en Phnon Phen

Dos mochileros que van de tirados haciendo dedo por Cambodya acaban por rendirse a los pies de un gigante con aire acondicionado y piscina en la terraza del tejado... 
Cuando hemos llegado a la capi y hemos salido del todoterreno, me ha venido una idea un poco descalabrada a la cabeza. Le he propuesto a Gorka buscarnos un hotel con piscina por cambiar. Al principio casi ni yo me lo creo, pero a los dos nos ha parecido que sería muy guay... ¡con el calor que hace! Hemos hablado de lo que estaríamos dispuestos a pagar, a sabiendas de que no se parecería a los precios a los que estamos acostumbrados. 
Nos ha parado un tuc-tuc y le hemos dicho que nos llevara a un hotel con swimming pool... el señor nos ha llevado a un hotel de muy buen aspecto y de muy elevada tarifa, pero sin pool... y mira que era lo único que pedíamos... en fin, los camboyanos tienen todo el derecho del mundo de no enterarse con el inglés. Le hemos pagado, y mochilas al hombro, hemos empezado a andarillear, sin rumbo fijo, en busca de un guest house cualquiera.
¡Tachán! hemos dado con una calle llenita de guest houses de aspecto barato, peero a Gorka algo le decía que aquel edificio alto que veíamos al final de la calle tenía una piscina en tó lo alto. Total, por acercarnos y preguntar no perdíamos nada. 
Cuando hemos estado en la puerta, nos hemos dado cuenta de que aquel hotel no tenía nada que ver con los guest houses que poblaban el resto de la calle. Nos han enseñado el menú con los precios de las habitaciones y el corazón nos ha dado un vuelco... De todos modos, la pregunta del millón era: "¿do you have swimming pool?". Respuesta afirmativa. Aún sabiendo que no íbamos a pagar por ello, hemos aceptado ver la habitación y ver la piscina. Oliendo a sudor y cansancio, la simple vista de aquella "aska" (abrevadero) azul de azulejo, nos ha hecho repensarnos lo ya pensado, pero el precio estaba muy por encima del máximo que habíamos establecido.
Cabizbajos hemos descendido las siete plantas, ¡en ascensor! (ya no recuerdo cuando cogí uno la última vez) sin decir ni mú. Ya en recepción, mirando tristes a la mochilas que nos colocaríamos para seguir la búsqueda, el jefe de la barraca se nos ha acercado y nos ha dicho que nos podría hacer un buen descuento (por ser temporada baja y por haber abierto el lugar hace tan solo ¡tres días!). Los ojos se nos han abierto esperanzados y entonces, ha dicho, la cifra. Justo. Justo. ¡Justo lo que queríamos pagar! ¡Y con el desayuno incluído! 
Aún no nos lo podemos creer: aire acondicionado, agua caliente, cepillos de dientes, albornoces, un "calienta-aguas" con tés y cafés, fruta fresca en una cesta, televisión de pantalla plana, terracita privada, neverita, champú, gel de ducha, jabonetillas, bastoncitos para el cerumen orejil, un gorro de ducha, un peine, cuchilla de afeitar con un botecito de espuma, una libreta y un lápiz, Internés en la habita, olor a nuevo, limpieza impecable, teléfono para llamar a recepción, servicio de habitaciones... ¡madre mía! Y lo más importante: la piscina, claro, en una terraza desde la que se ven el Mekong, los parques centrales de la capital camboyana, y todo a menos de diez minutos andando del monumento a la Independencia... 
Como marqués y reina. Aclaro, por si acaso, que me he rasurado las piernas para la ocasión. Nos hemos puesto los albornoces blancos y nos hemos subido a la piscinilla. No sin antes pasar por recepción para que nos viese todo el personal en albornoz, por no saber utilizar el ascensor... ¡jajaja! 
¡Quién iba a decirnos que la idea descabellada iba a convertirse en realidad! y además que la realidad fuera más dadivosa que la idea misma... Estupenda manera de pasar nuestra última noche en esta alegre Cambodya.

Maravilla de colores tormentosos en Kampot.


Pescador ribereño.


Canales y más canales.


Los niños y sus juegos.


Gorka, sus niños y sus juegos.


¡Ese swimming pool en la mitad de Phnom Phen!


Cambodya.


2011/07/15

2011-07-14 Pobre de mí, que se acaba San Fermín

Cosas que el Universo quiere que pasen. Hemos visto casi todos los encierros de Iruña. Mejor que nunca, porque si el acontecimiento ocurría a las 8 de la mañana, significa que nosotros lo veíamos a la una. En directo desde la tve que se pilla con la parabólica. ¡Y sin madrugar!
El de hoy, que era el último, nos lo hemos perdido porque ya nos tocaba movernos de Sihanoukville... y como veníamos a dedo pues el horario normal del día se ha desparramado. Imposible saber ni a qué hora saldremos de viaje ni a qué hora llegaremos a puerto. Pero lo más guay de toda esta incertidumbre, es que no hay prisa, amigo. Teníamos todo el día para hacer los cien kilómetros que separaban los dos pueblos, ¡así que no había miedo, porque eran pocos y cobardes! ¡jeje!
Los diez días y nueve noches que nos han volado en Sihanoukville los hemos pasado de nuestra calita a casa y de casa a nuestra calita. El segundo día, nos dio por andarillear por la costa rodeando el rocaje vivo, y behind the musgo encontramos un pequeño paraisito. Una calita escondida tras grandes rocas y verdes árboles; playita que me ha regalado un montón de orejitas de mar (sé que Emilio tuvo algo que ver en el detalle). Parecía que la calita guardara nuestros nombres, porque salvo algunos locales que pasaban por allí para ir a alguna otra parte, siempre nos aguardaba en su tranquila y apacible soledad. ¡Increíble! Podemos decir que nos apalancamos tanto en este lugar solo por aquella playita, que no figura en los mapas y que no tiene nombre. Seguramente eso será lo que le da tales pribilegios. 
Hemos llegado a Kampot a eso de las dos en una furgoneta, sentados en las cajas de whisky "Red Eagle" que los dos ocupantes del vehículo estaban repartiendo. Nos han ofrecido abrir una botella para que lo probáramos y nos han llevado, despacico, que hoy no ha parado de llover en ningún momento.
Aquí, en Kampot, se cosecha pimienta de muy buena fama por todo el mundo. Ya la llevamos saboreando en algunos platos y la verdad es que el sabor se nota. De todos modos, mejor cuento algo que no se cuente en las guías o documentales. 
Me encanta la gente de aquí, tan sonriente y tan fiestera. Es que hacen fiesta por cualquier cosa, por un simple saludo amable; nunca les faltan las ganas de cachondeo, así que si les sigues el rollo es muy fácil pasárselo bien por la calle. Si bien es cierto que los tuctuqueros son bastante taladradores, si se acepta que su vida es así y que tienen que hacerlo, te echas unas buenas risas con ellos. 
Anécdota:
Paseando por la playa una niña, de no más de doce años, se me acerca con toda su parafernalía y artilujios de esteticién playera, y me ofrece hacerme las piernas. Yo, que ando un poco desperdiciada, llevo los pelos de las piernas sin rasurar hace tiempo, así que el bello se ve. A distancia. ¡jeje! Le digo que gracias por la oferta pero que me siento a gusto y no necesito más. Pasea conmigo hablándome de otras cosas y de buenas a primeras, me vuelve a ofrecer sus servicios. Al negarme me dice: "pero, chica, tienes las piernas horribles", se ríe, y cogiendo mis trencitas con dulcura, remata: "bueno, si no quieres eso, también te puedo hacer trenzas en los pies!". ¡Jajaja!







Encima de los whiskyses.

2011/07/06

2011-07-06 Al Sur de Cambodya


Nos costó lo suyo, pero finalmente llegamos a Konpong Som, Sihanoukville. Y además estamos felices de haber hecho tooooodo el trayecto a dedo. Nos despedimos de nuestro madrileño afrancesado que lleva caracoles sobre la cabeza, y nos lanzamos a la carretera nacional a la salida de Siem Rip. Desde entonces hemos hecho noche en Battambang y en Phnon Pen. Al primero llegamos con un matrimonio americano instalado en Cambodya que viajaba en su jeep. Unos señores que nos dieron a degustar una cosa llamada apple custard. Se trata de una lámina que tiene la apariencia de cuero y está hecho con manzanas asadas y amasadas y secadas al sol. Bastante amarguillo y dulzón, un sabor nuevo. No repetimos. Además nos dejó en la puerta del guest house que nos recomendaron. ¡Feliz día, Señores!
La segunda etapa, al día siguiente, empezó casi sin tiempo de espera con el dedo al viento. En seguida nos paró nuestro primer transporte: una furgoneta remolcada por un pick-up. El pick-up ya lo ocupaban el señor conductor y su amigo, y una pareja de monjes budistas. A nosotros nos tocaba hacernos hueco entre el desmadre de la parte trasera de la furgoneta: los asientos sacados de sus sitios y tirados por ahí, una rueda (¿de repuesto?), un paquetito de noodles chinos a los que solo con echarle agua caliente se prepara la cena abierta y esparcida por doquier, bolsas de plástico a diestro y siniestro. nos sentamos en un asiento sin respaldo en la mitad de aquel desorden y, tur-tur-tur, fuimos remolcados alrededor de cien kilómetros hasta Pursat.
 Queríamos desviarnos allí hacia la costa para luego recorrerla de vuelta a la capital, desde donde volaremos en dos semanas. Peeero, cuando nos pusimos bajo aquel Lorenzo abrasador, en pleno mediodía, en aquella carreterucha desértica por la que de vez en cuando pasaba una moto... pues  hicimos el baile de las gallinitas felices y, sin demasiado titubeo, decidimos volver a la "high way" y tirar por el camino establecido...
En seguida nos recogieron dos malayos (uno de origen chino y el otro indio) y estábamos sobre ruedas hacia la capital. Si bien habíamos abandonado la fragoneta remolcada hacía tiempo, la pasamos a pocos kilómetros de llegar a la gran urbe. ¡Jeje! Al fin y a la postre, salimos ganando con todo aquel traqueteo... Además, tuvimos mucha suerte porque nos dejaron en el monumento de la Indepencia, que ya conocíamos de la vez anterior, y que ya nos sabíamos el camino de allí hasta nuestro guest house, donde nos tuvieron que hacer un descuento amigo por haber estado allí antes, y sobre todo, porque si no Gorka seguiría allí regateando... ¡Jajajaja!
Total, al día siguiente madrugamos para evitar solanos furiosos y el señor Cho Hyuk, koreano y muy afable, no tardó en sacarnos del arcén. Aparte de reirnos un rato con él, nos invitó a su casa cuando volvamos de la costa. ¡No sabíamos que haciendo dedo, aparte de ahorrar unas pelillas, se te ofrecían tantas cosas! Y mucha gente diferente. Muy diferente. Bueno, Cho nos dejó tras haber pisado 40 kms, donde él se paraba para jugar al golf. 
El siguiente tramo, más cortito, lo hicimos con una pareja local, con los que no pudimos tener demasiada charla por el idioma. En cuanto nos soltaron en su destino, ¡nos paró un trailer! ¡ole y ole! el señor conductor nos llevó a una media de 50 kilómetros por hora en aquella mole casi hasta nuestro destino. Casi, porque aparcamos en un almacén de contenedores (cargos), a unos seis kilómetros a las afueras del pueblo. Mochila a la espalda y al asfalto. Menos mal que al de un kilometro recorrido nos paró otra familia que nos dejó subirse a su pick-up.
Llegamos ayer por la tarde y nos asentamos en un guest house a veintinco metros de la playa. Aquí se está de lujo y la arena es finita, muy finita, y blanca. Al atardecer el cielo es impresionante y el agua está a una temperatura ideal, ni fría ni demasiado caliente. El mar es exageradamente salado y la brisa en la costa se agradeces que no veas.