2011/06/28

2011/06/21 Ilustraciones


Pez gato.


Hombre murciélago.


Trocito hervido de colmena con larvas de aperitivo. Gorka, el único que se atrevió a saborearlas.


No comment.


De paseo.

2011/06/23

2011/06/21 Desde las 4000 islas


En la vida viajera, así como en la vida sedentaria, llegan épocas de vagancia, y el cuerpo se deja estar tranquilo e, incluso, marca tendencia hacia la quietud a lo largo de los días. Así estoy con lo del darle al teclado. Dejadilla. Pero ya llegan las palabras, poquito a poco, para gritar desde esta quietud que aún existen. Estas palabras que antes de haber tomado forma han existido en el silencio... 
Es, también, gracias a estas palabras que os puedo contar que tras dejar Phonsavan detrás (en bus) tomamos puerto en Van Vieng para dejar que transcurrieran allí otros cinco días. En aquellos tiempos el tic-tac del reloj deceleró y nosostros también con él. Pasamos los días sin olvidar nuestro yoga, el Chi Nei Tsang, nuestros paseos para descubrir el mundo de los alrededores, nuestras abundantes y exquisistas comilonas en el Ajuku Bar... y, por supuesto, nuestras birras... Las cervezas a las que teníamos bastante abandonadas durante los últimos meses, parece que en Laos se dejan saborear con más frecuencia. Y la verdad que con la caló que aprieta cuando aprieta la caló, el zumito de trigo frequito-fresquito fluye tráquea abajo como en Mekong Laos abajo, ¡a destajo! ¡jeje! Pero sin pasarse... ehh!?
Van Vieng, un lugar de turismeo joven, activo y con ganas de fiestón. ¿Qué quiere Usted? Tenemos opio, tenemos marihuana, tenemos setillas... y todas ellas en té, en galletas, en pizzas, en batido... se lo servimos preparado. ¿Le apetece un porrito ya liado? ¿O prefiere una bolsita del producto fresco para consumirlo en privado y como quiera? Cerveza, wisky, vodka? 
Van Vieng: la ciudad-discoteca non-stop. Pero la curiosidad y la atracción mayor de este sitio es, sin duda, una actividad llamada tubbing. Se trata de lanzarse al agua con unos pneumáticos grandotes en los que uno inserta el culo y el ojete va mojado, y va encontrando bares a lo largo de cuatro kilómetros de río, en donde echar el ancla y atiborrarse de lo que a uno se le antoje. Además, los bares están adornados con toboganes o saltos desde árbol o liana, para los más valientes... o los más borrachos... ¡jeje! bueno, o eso nos han contado, que nosotros no caímos en la tentación.
Eso sí, las drogas están prohibidas en Laos. Si la policía te caza, vas a tener que pagar una suma importante de dineros, que ahora no te apetece perder... es así. Bueno, aunque, en cierta manera, es así en todas partes... La mayor parte de las veces la poli está compinchada con el trapichero y, así, saca tajo todo el mundo. No. El pobre consumidor se queda con una cara de tonto y pobretico que no veas.
Total, que desde allí seguimos hacia el sur hasta la ciudad-capital, Vientiane. Una ciudad relativamente pequeñita y tranquila, donde nos quedó claro que Laos no es tan pobre como nuestras mentes preconcebidas se habían imaginado. Esa sensación ya la sentimos en Luang Prabang, y a lo largo de este tour por el país solo ha ido haciéndose más y más real. No es rico, ni mucho menos, pero hay riquezas que se dejan ver. Cosa que no se veía en Nepal. Empezamos a entender la pobreza de Nepal y de cómo es posible que la gente de allí quiera vivir del turismo. Es que, aparte de la belleza de su paisaje único y excepcional, no tienen nada... Y aquí, en Laos, los chinos están haciendo de las suyas por todo lo largo y ancho del territorio, ha entrado más dinero... y eso se deja notar. Este Laos ya no es como nos lo contaban los documentales de hace poco tiempo. Las deforestaciones y los campos de maíz, antes o después, harán desaparecer lo que queda de auténtico. 
Aunque hay que admitir que a los chinos los ayudamos, como no, los turis sin cabeza. Que no son pocos los que se han enamorado de tranquilidad de la vida de este ala de la tierra, han abierto sus negocios en la misma y han querido cobrar por sus servicios precios más altos que los establecidos con los años de los años por la sociedad del lugar. "¿Y si a mi vecino, el farang, con lo mal que huele, le pagan más por lo mismo que yo ofrezco, por qué no hago yo lo mismo?". Es increíble lo fácil que es caer en la ruleta del vicio.
Y, después, así es como se siente un viajero: como una billetera o un dolar andante. Es una pena, porque a causa de eso no podemos adentrar un poco más en su sociedad, ni en su personalidad, que por lo que aparenta es muy jovial y divertida, ni en sus vidas ni modos de pensar.
En Vientiane, hicimos las noches necesarias para que a las autoridades competentes de la embajada de Tailandia nos concedieran los visados (que nos supo a poco y hemos decidido volver) y volvimos a ponernos rumbo al sul. El primer autobús nos dejó en el cruce de las carreteras 13 y 8. En medio de cuatro casas y alguna pensión. Nuestra idea era visitar unas cuevas de unos siete kilómetros de longitud que se atraviesa en bote y con frontales, Kong Lor. Y para eso primero teníamos que llegar al pueblo de khown Kham. No tardamos en encontrar el vehículo que nos transportaría hasta allí: una furgonetilla-tuc-tuc. 
Una hora larga más de viaje a través de un puerto de montaña interesante, en cuya cumbre pudimos otear un paisaje en donde muchas rocas enormes separadas pero no alejadas, aparecían debajo de nuestras cabezas. El paisaje, en sí, seguía siendo el mismo, pero la perspectiva hacía que aquello pareciese  un escenario muy diferente.
Hicimos noche en el susodicho pueblo y por la mañana decidimos, así porque sí, que no íbamos a pagar aquel dineral que nos pedían por hacer lo que hacen allí los farang, y que cogeríamos el primer bus (o lo que fuera) que nos dejara de nuevo en la bifurcación de caminos. Con toda la calma del mundo abandonamos allí las ganas de cueva, el candado de Borja y el único frontal que nos quedaba a los laztanas...
El autocar que nos iba a llevar hasta Pakse, próximo destino, ya nos esperaba en el cruce, así que no hubo tiempo de descanso en la mudanza de bus. Pensábamos que en unas tres horitas tocaríamos tierra, sin embargo, ya pasaron cuatro cuando el autobús se vació en una tierra que no era la que queríamos que fuese. Nos sacaron del bus y nos dijeron que en dos horas y media saldría el otro bus que terminaría el trayecto. Una tartaleta. Una lata carcomida. Y nosotros con caras de circunstacia. Para colmo nos comentaron que aún nos faltaban otras cinco horitas de paseo. Unas risas para poder fluir mejor en el momento y pa'lante.
Llegamos a Pakse, rebuscamos un poco y cogimos una mini-habitación que olía a humedad, con dos camas simples y espacio justo para echar una esterilla.  Esta, también, fue una parada nocturna, pues a la mañana siguiente tiramos millas hacia nuestra última estación en Laos: una zona llamada las 4000 Islas. Nombre que le viene por tratarse de un montón de islas, islitas e islotes que se esparcen a lo ancho de un Mekong, que llega a alcanzar los 14 kilómetros.
Y nos hemos asentado en la isla llamada Don Det para pasar los últimos días de trankis hasta que la visa cumpla sus días en esta tierraaaaa. Rodeados de agua, árboles y tormentones del copón. Y mucha paz.

 

2011/06/11

2011/06/11 Retomando el hilo de la aventura...

El día que dejamos Muang Ngoi detrás de nuestros riñones, lo hicimos a las 9.30 de la mañana. Para esa hora, ya estábamos sentaditos en el bote que nos llevaría a favor de la corriente hasta Nong Khiaw. Sin haber perdido la esperanza, por el previo fracaso auto-stopístico, dimos con el lugar en donde íbamos a probar suerte de nuevo: una casa en construcción al lado de la carretera, que nos proporcionaba refugio para las mochilas por las ocasionales tormentas que nos sorprenden varias veces al día. (Según nos han contado, son los primeros aguaceros que trae el monzón... tanto monzón, tanto monzón... y después se trata de estos chaparrones repentinos... estos no saben bien lo que es llover de verdad... ¡jeje! cualquiera diría que soy de cerca de Bilbau, ¡riau, riau!).
Total, una hora, dos horas, tres, tres y media... empezaba a hacer hambre, por lo que cogimos la mochilas y fuimos a buscar un restaurante desde el que se viera la carretera y desde el que pudiéramos correr a parar los automóviles que circularan por la misma. Lo encontramos a unos pocos metros de donde estábamos. Era un día de suerte... ¡jeje! Y la verdad es que comimos requetebién. Para romper el silencio del paladar, empezamos degustando las famosas algas de río fritas con semillas de sésamo... ¡qué ricas! y para seguir sticky rice (que es el arroz pegajosos o glutinoso) con una pasta de calabaza, unas verduras salteadas y otras al curry para subir de tono a las papilas gustativas. ¡Menudo atracón!
Cuando estábamos para acabar, llegó a aquel restauran, una pareja tailandés-barcelonesa con los que nos juntamos para echar el rato de la sobremesa y despistar la mirada del horizonte de asfalto. Estuvimos de cháchara un buen rato... nos acordamos de la carretera casi cuando iba a empezar a anochecer. Sin movernos de aquel garito nos salimos a la entrada (así las cervezas frescas nos quedaban a mano) comenzó de nuevo la espera del buen samaritano. Pero nuestro samaritano, al parecer, se quedó dormido ese día... Por lo menos, el señor del lugar nos sacó unas sillitas para que estuviéramos más cómodos y las risas nunca nos abandonaron. Ya nos conocíamos a todos los que pasaban calle arriba y calle abajo... y ellos a nosotros, también. Estábamos seguros de que éramos la comidilla del poblado... "hey, has visto a los del puente?", "sí, a esos pobres que llevan todo el día en la esquina de la carretera... jajaja!", "vamos a pasar otra vez, a ver si siguen allí..." y nos tronchábamos de la risa.
Pero no todo estaba perdido. Nos habían dicho que podía pasar un autobús por allí, hacia donde queríamos ir... No era ciencia cierta, pues a veces ocurría y otras no... y además, podía pasar a las siete, a las ocho, a las nueve, a las diez, a las once.... o a la una... (no nos comentaron nada de si podía pasar a medianoche, así que dedujimos que a medianoche el chófer dejaba cuanto estaba haciendo para salirse del bus y echarse un fiti...) Lo inimaginable llega a ser imaginable y divertido en estas tierras.
Bueno, pues ya teníamos a qué agarrarnos (o no...) así que sacamos las cartas y empezamos a jugar a la escoba. Y nos emocionamos y nos metimos tanto en el juego (las birras siempre ayudando a crear el ambiente), que tras casi doce horas de espera, por poco ¡¡ perdemos nuestro bus!! No se sabe muy bien que campanilla sonó en la cabeza de Borja, pero cuando estaba el autocar pasando justo a nuestra altura, levanto la mirada del guindis que yacía en el terreno de juego y empezó a gritar "¡el autobús, el autobús!". Gracias a esa tensión y capacidad de reacción ante imprevistos que se genera en nuestro cuerpo, los tres nos echamos a gritar y a correr detrás de nuestro transporte y logramos pararlo y montarnos en él. Desde que sonó la campanilla de Borja hasta que estuvimos acomodados en los asientos de aquel aparato no transcurrieron ni dos minutos. ¡Qué rapidez de movimientos! ¡Y qué risa continua! Creo que durante ese lapso de tiempo, nuestro cuerpo se encargó por sí solo de ejecutar todos los movimientos necesarios para realizar aquella estampida, ¡y sin dejar nada atrás!
Nos sentamos en el bus a eso de las diez de la noche sin poder entender muy bien cómo había sucedido todo tan rápido y tan bien... pero como ya dije: era nuestro día de suerte.
El viaje, que supuestamente iba a prolongarse hasta las cinco de la madrugada, tocó su fin a las tres a.m., y nos expulsaron de aquel vehículo que olía a pies con los ojos medio-cerrados y malagana. El trayecto no fue liso ni recto, sino todo lo contrario... y el chófer le pisaba bien. Pero ya estábamos en Vieng Thong y era muy de noche. Una carretera oscura y nada prometedor a la vista. Paseamos a ciegas y sin rumbo, y frontal en la frente, estudiamos la posibilidad de hacer noche en otra casa en construcción que avistamos en una orilla de la carretera. Descartamos la idea porque allí había reunido más polvo que en donde se hace, y seguimos pa'lante. El día de suerte. Dimos con un Guest House con las puertas abiertas. Entramos. No había ni un alma que saliera a atendernos. Encontramos una terracita con techo en la primera planta. Sin dudar, sacamos la mosquitera, esterillas y sacos... y nos quedamos sopa para las cuatro menos poco. A las seis tres tipos en toalla, presuntamente recién aseados, llegaron a aquella terracita y encendieron la tele como si allí no hubiera nadie más. Más cansados que cuando nos acostamos, deshicimos el campamento y preguntamos si había otro bus hacía el siguiente punto de parada. Había un único bus que hacía aquel recorrido y salía en media hora.
¡Corre que lo pillamos! En la "estación" compramos unas frutas para desayunar e hicimos tiempo hasta que al chófer se le ocurrió arrancar. Aquel trayecto menos transitado lo haríamos con una furgoneta-rickshaw en donde cargaron gentes, gallinas, sacos de arroz y todo tipo de bagajes a granel y por un tubo. Gorka y yo anduvimos más vivos y cogimos los asientos del copiloto, pero el pobre Ricitos de Oro, se tuvo que contentar con tocar con los pies un poquito de furgoneta, agarrarse al chasis y dejar que el viento le soplara en la cara. Nos dejaron en un cruce de caminos en una aldea perdida llamada Phoulao, y dijeron que esperáramos allí. Con caras de circunstancia, un cansancio que aplastaba cada vez más, y sin tener otra opción, bajamos allí donde nos dijeron y aparecieron un montón de niños con dos goitibeheras (no sé la palabra en castellano, por favor, ilústrese en la foto de abajo) y Gorka se apuntó al festín. Borja conversaba con un local que sabía inglés, y yo sacaba fotos y andarilleaba los alrededores. 
Una horita después pasó un jeep-taxi-común y nos dijeron que nos subiéramos, que aquél era nuestro siguiente autobús. Oído cocina; no había mucho más que hacer. Resultó que el chófer conducía fatal por aquellas cuestas sinuosas. Para arriba, para abajo, curva para un lado, curva para el otro, frenazos bruscos... y aún así ¡el señor se nos quedaba dormido! Qué tensión...¡llegaba a dar cabezadas! ¡y yo no poder pegar ojo por el sustito que aquellos momentos me producían! ¡Vaya viajecito! 
A eso de las tres llegamos mareados a Phonsavan, ya una ciudad más grandecita, pero no tanto. Antes de nada, a comer algo y tranquilizar un poco las barrigas, y después ya buscaríamos un guest house donde caernos muertos.




Atardecer en Nong Khiaw.

Mis chicos guapos. Al final siempre acabo rodeada de bellas personas:





Goitibehera: lo que lleva Gorka bajo sus pies, y los tres niños que van delante.
Disculpen la mala calidad de la fotografía. Usen su imaginación.




2011/06/08

2011/06/08 Tres decenas de tacos... y caracoleando por el mundo


Hoy me llegan los treinta. Siempre pensé que la treintena debía ser una edad perfecta: aún se es joven y , normalmente, la gente para esa edad está currando y tiene su dinerito y su libertad para moverse a sus anchas... lo que nunca pensé es que a mí me fueran a llegar rulando por Asia con mochila a la espalda, y la verdad, no puedo estar más feliz al respecto. 
Ya trabajé y, ahora, me gasto lo ahorrado de la manera más bonita (para mí) que hay: viajando y aprendiendo, conociendo y desaprendiendo...  Y no solo la más bonita, sino también la más asequible, pues viajando de esta manera y por estas tierras, gastamos mucho menos que quedándonos en nuestro pueblo haciendo nada... Se puede pasar un mes, incluyéndolo todo, con lo que se paga el alquiler de un apartamento. La gente nos llama suertudos, la gente nos llama ricos... Nada más lejos de la realidad. La mayoría ni se da cuenta de que se trata tan solo de una elección. Es cuestión de tomar una simple elección. 
Nosotros la tomamos. No fue fácil en su día, pero ahora, cada día que pasa, nos sentimos más alineados con la vida misma. Que lo tiene quien lo quiere, y no hay más vuelta de hoja. Y que no me hablen de hipotecas ni de familia... sigue siendo simplemente una importante toma de elección. Quien tiene ojos que lo vea.
No obstante, lo ahorrado también se va esfumando y,  en seguida, habrá que parar para hacer más dinero y seguir nuestro viaje, de esta manera o, quizá, de alguna otra forma,  pero la duda es...  ¿dónde parar? ¿qué hacer? 
Pero, tampoco hemos de darle demasiadas vueltas a la cabeza, que nos mareamos y preocupamos demasiado. Lo dejaremos en manos del destino, que hasta ahora así hemos viajado y nos ha ido a las mil maravillas. A veces mejor, a veces peor, cierto es; pero así es la vida, a veces fácil y a veces difícil, solo tenemos que ser conscientes de nuestra actitud ante lo presente. Y todo llegará y todo marchará. Don't worry, be happy.
Esta manera de pensar, que no es la mía, es como una brisa fresca que fluye alrededor de todos; solo hay que sentirla y dejar que nos despierte. Abramos, pues, nuestras velas y cojámosla. Como me ayuda a mí, te ayudará a ti también, amigo mío, amiga mía.
PAZ, AMOR Y MUCHA FELICIDAD!!!! PARA TODOS LOS SERES VIVOS! 



2011-06-05 En Muang Ngoi


Ya llevamos dos noches en esta apartada aldea de Muang Ngoi. La paz y la tranquilidad con las que transcurre aquí la vida, nos acogen en su honda sosegada y apetecible, y hace que se realentice nuestro ritmo de viaje. Además, hemos encontrado una terracita techada regentada por un indio que sirve comida de su país y hace felices a nuestros paladares y estómagos... No pedimos nada más. 
El paraje que nos rodea es el paraje al que estamos habituados en este frondoso Laos: ríos caudalosos y forzudos, peñascos que recortan el horizonte con prominentes rocas tupidas por un verde oscuro, nieblas matutinas, bochornos de día entero, gente risueña y niños especialmente alegres y juguetones...
Eso sí, veníamos con ganas de adentrarnos un poco en la jungla, pero se nos han quitado un poco al comprobar que por estos lares son muy comunes los chupasangres... ¡sí, sí, hay sanguijuelas! ¡Vaya susto se llevó mi laztana! Paseando por las lindes del poblado, dimos con otro río en el que unos niños se lo pasaban en grande, mientras la madre hacía la colada. A los chicos les entró las ganas de darse un chapuzón y se metieron al agua sin pensárselo demasiado. 
Fue cuando salieron cuando Gorka observó algo raro moviéndose en sus pies. Al ser sanguijuelas más pequeñas y finitas que las vistas hasta el momento en las pelis, no las reconoció al instante, pero cuando se hizo la luz en su cabeza empezó a intertar quitárselas a toda leche. Yo, por si acaso, no me acerqué demasiado, y Borjita tampoco... ¡jeje! Tenía tres o cuatro en cada pie... se quitaba uno y este intentaba escabullírsele brazo arriba o chupándole la punta de los dedos. Salimos de allá bastante pitando...
Por lo demás, hemos descubierto unas hierbas que tienen la hechura de los helechos pero mucho más pequeños, que si les meas encima o les echas un escupitajo, se cierran, se acurrucan al son de ya. Son la mar de graciosos. Después, están las cucarachas voladoras del tamaño de dos castañas, que fácilmente pierden el control de vuelo y se estampan contra lo primero que pillan, y reza para que no sea tu cabeza... e insectos de todos los tamaños e índole. Las mariposas son increíbles, de grandes y bonitas, y hay muchas luciérnagas voladoras e intermitentes a las que se les puede  confundir con estrellas fugaces.
¡Maravilla de naturaleza!


Señora mariposa.


Uno de los rápidos que tuvimos que atravesar para llegar a Muang Ngoi.


¡Pura vida!


Vistas desde nuestro bungalow.


Calle principal de Muang Ngoi. The Resting Lady, la montaña del fondo.


2011/06/07

...


Disfrutando del agua blanca y transparente.


Borja preparándose para el salto mortal con tirabuzón.


Gorka cataratas abajo. Volando voy, volando vengo.


El río Nam Ou a su paso por Nong Khiaw.


El techadito de la oficina de turismo en donde hicimos noche. Nong Khiaw.

2011/06/03

Hace dos días nos pusimos el despertador para saltar a la carretera e intentar llegar a nuestro destino: las cataratas de Kuang Si. Íbamos con el firme propósito de llegar haciendo dedo, así que teníamos que andar con tiempo, para evitar las calores que aprietan ya a media mañana. ¡Maravilloso! Ni diez minutos de espera. El primer jeep, en el que viajaban dos canadienses que trabajaban en un proyecto para construir un dormitorio para niños en la escuela de una aldea, nos dejó a ocho kilómetros de las cascadas, pero sin tener aún los dos pies en el suelo nos paró una camioneta que cubriría el tramo que nos restaba. Como digo, no hicimos ni tres minutos de escala en aquella aldea, y de nuevo sobre ruedas. Casualmente, los que iban en la camioneta vivían a cinco metros de la entrada del parque que queríamos visitar; podemos decir que nos dejaron en la puerta de casa.
¡Vaya cataratas! El agua caía blanca y transparente en las pozas que nos ofrecían a todos los que allí acudimos un baño de mil pares de cordones; con su poquito de árbol que entraba hacia el interior de la charca, y del cual colgaba una cuerda para utilizarla de liana y saltar al agua a lo Tarzán. Primero nos hicimos la ruta de subir la catarata por un lado, cruzar el río en la parte de arriba y descender por la orilla opuesta; y ya acalorados, bajamos a la primera poza, que era la más grande, a pegarnos el chapuzón que nos merecíamos. 
Para cuando empezó a llegar la marabunta de gente, a eso del mediodía, nosotros ya estábamos listos para regresar a la pequeña urbe. Tal y como ocurrió en el viaje de ida, volvimos en dos tacarradas. Y sucedió tambien, que el matrimonio que viajaba en el primer pick-up nos pidió dinero cuando nos dejó en tierra. Nosotros tres, por supuesto, nos hicimos los longuis, y salimos por peteneras.
El resto de la tarde nos la tomamos con calma en nuestro guest-house, porque hacía un calor impresionante.
Ayer por la mañana abandonamos Luang Prabang, que hasta última hora no nos enseñó su cara más auténtica. Como la aventura previa de hacer autoestop nos salió niquelada, animados caminamos hasta donde pasaba de la carretera general con intención de empezar a viajar por Laos de una manera alternativa. El primer vehículo no tardó en parar, lo que pasa es que nos dejó a tan solo cinco kilómetros del punto de arranque. Sin perder la esperanza bajamos del remolque, agradecimos el trayecto y volvimos a sacar el dedito a paseo... unas dos horas y media que estuvimos intentándolo... hasta nos pillamos un cartón de un pack de leche, en el que escribimos el nombre de nuestro destino: Nong Khiaw. En ese tiempo pararon motoristas curiosos para preguntarnos sobre nuestros planes, un amable ciclista que añadió a nuestro cartel el nombre de nuestro destino en caracteres laosianos y una niña a la que le había comido la lengua un gato y quien se puso en cuclillas en medio de los tres para escudriñarnos sin perderse detalle y sin decir ni mú. 
Tras ese tiempo, apareció una estudiante motorizada a ofrecernos su ayuda. Nos aconsejó que cogiéramos el próximo autobús que pasara y se ofreció voluntaria para pasarse por la estación y avisarle al chófer del autobús que fuera hacia nuestro destino, de que tres turistas chiflados esperaban en la esquina de la carretera a que fueran recogidos. Pues bueno, gajes del oficio, a veces sale bien y otras no tanto... 
Tres horas después nos apeábamos en la estación de Nong Khiaw y empezábamos a caminar en busca del "puerto" del río Nam Ou. Unos quince-veinte minutos de caminata más tarde encontramos la taquilla que buscábamos, pero nos pedían más del doble por llevarnos a los tres exclusivamente hasta Muang Ngoi. La otra alternativa era la de hacer noche allí y pagar el precio estandar al día siguiente por la mañana. No lo dudamos mucho, además, se nos ocurrió que para qué pagar por dormir, que había allí mismo una tejabanita perfecta, en la que podíamos enganchar como sea nuestra mosquitera y sacar nuestras esterillas y sacos a orear. Que para algo cargamos con todo en la espalda. 
Para cuando se fundieran los últimos rayos de luz diurna, ya teníamos el chiringo preparado y los mosquitos ya habían empezado a hacer acto de presencia, así que sin más dilación, nos tumbamos los tres bajo el mismo techo y tuvo lugar uno de esos momentos mágicos de silencio en el que cada cual está en su mundo y al mismo tiempo con los demás. Un momento que reforzó de alguna manera nuestro lazo de amistad. Un silencio que no se logra cuando se está solo, pues es un silencio común, un silencio que se sujeta por la confianza de quienes la practican. Un silencio que cuesta romper, un silencio que cuenta tanto. ¡Me sentí muy feliz, por absolutamente todo lo que me rodeaba!
Pues hemos pasado una noche muy buena, y para no que decayese la tónica, hemos desayunado como reyes en el bareto de enfrente, así nuestras cosas quedaban al alcance de nuestras miradas. Una ensalada de frutas y muesli con yogur, unos bocadillos vegetales, tés de hierbas y un paseo por el toilet a descargar vientres. Ordenadamente y de uno en uno, los tres hemos pasado sin faltar por el trono turco.
Al de poco ha llegado nuestra barca y nos hemos sentado en donde se podía, para marcarnos otra horita de navegación río arriba hasta Muang Ngoi, aldea a la que solo se puede acceder mediante este transporte tan habitual en Laos. Y aquí estamos ahora...



Mujeres con el arroz. Luang Prabang.


El trío lalalá en un jeep por LP.


Oso asiático en el parque de Kuang Si.


La caída más grande de las cataratas de Kuang Si.


Monjes.