2011/06/23

2011/06/21 Desde las 4000 islas


En la vida viajera, así como en la vida sedentaria, llegan épocas de vagancia, y el cuerpo se deja estar tranquilo e, incluso, marca tendencia hacia la quietud a lo largo de los días. Así estoy con lo del darle al teclado. Dejadilla. Pero ya llegan las palabras, poquito a poco, para gritar desde esta quietud que aún existen. Estas palabras que antes de haber tomado forma han existido en el silencio... 
Es, también, gracias a estas palabras que os puedo contar que tras dejar Phonsavan detrás (en bus) tomamos puerto en Van Vieng para dejar que transcurrieran allí otros cinco días. En aquellos tiempos el tic-tac del reloj deceleró y nosostros también con él. Pasamos los días sin olvidar nuestro yoga, el Chi Nei Tsang, nuestros paseos para descubrir el mundo de los alrededores, nuestras abundantes y exquisistas comilonas en el Ajuku Bar... y, por supuesto, nuestras birras... Las cervezas a las que teníamos bastante abandonadas durante los últimos meses, parece que en Laos se dejan saborear con más frecuencia. Y la verdad que con la caló que aprieta cuando aprieta la caló, el zumito de trigo frequito-fresquito fluye tráquea abajo como en Mekong Laos abajo, ¡a destajo! ¡jeje! Pero sin pasarse... ehh!?
Van Vieng, un lugar de turismeo joven, activo y con ganas de fiestón. ¿Qué quiere Usted? Tenemos opio, tenemos marihuana, tenemos setillas... y todas ellas en té, en galletas, en pizzas, en batido... se lo servimos preparado. ¿Le apetece un porrito ya liado? ¿O prefiere una bolsita del producto fresco para consumirlo en privado y como quiera? Cerveza, wisky, vodka? 
Van Vieng: la ciudad-discoteca non-stop. Pero la curiosidad y la atracción mayor de este sitio es, sin duda, una actividad llamada tubbing. Se trata de lanzarse al agua con unos pneumáticos grandotes en los que uno inserta el culo y el ojete va mojado, y va encontrando bares a lo largo de cuatro kilómetros de río, en donde echar el ancla y atiborrarse de lo que a uno se le antoje. Además, los bares están adornados con toboganes o saltos desde árbol o liana, para los más valientes... o los más borrachos... ¡jeje! bueno, o eso nos han contado, que nosotros no caímos en la tentación.
Eso sí, las drogas están prohibidas en Laos. Si la policía te caza, vas a tener que pagar una suma importante de dineros, que ahora no te apetece perder... es así. Bueno, aunque, en cierta manera, es así en todas partes... La mayor parte de las veces la poli está compinchada con el trapichero y, así, saca tajo todo el mundo. No. El pobre consumidor se queda con una cara de tonto y pobretico que no veas.
Total, que desde allí seguimos hacia el sur hasta la ciudad-capital, Vientiane. Una ciudad relativamente pequeñita y tranquila, donde nos quedó claro que Laos no es tan pobre como nuestras mentes preconcebidas se habían imaginado. Esa sensación ya la sentimos en Luang Prabang, y a lo largo de este tour por el país solo ha ido haciéndose más y más real. No es rico, ni mucho menos, pero hay riquezas que se dejan ver. Cosa que no se veía en Nepal. Empezamos a entender la pobreza de Nepal y de cómo es posible que la gente de allí quiera vivir del turismo. Es que, aparte de la belleza de su paisaje único y excepcional, no tienen nada... Y aquí, en Laos, los chinos están haciendo de las suyas por todo lo largo y ancho del territorio, ha entrado más dinero... y eso se deja notar. Este Laos ya no es como nos lo contaban los documentales de hace poco tiempo. Las deforestaciones y los campos de maíz, antes o después, harán desaparecer lo que queda de auténtico. 
Aunque hay que admitir que a los chinos los ayudamos, como no, los turis sin cabeza. Que no son pocos los que se han enamorado de tranquilidad de la vida de este ala de la tierra, han abierto sus negocios en la misma y han querido cobrar por sus servicios precios más altos que los establecidos con los años de los años por la sociedad del lugar. "¿Y si a mi vecino, el farang, con lo mal que huele, le pagan más por lo mismo que yo ofrezco, por qué no hago yo lo mismo?". Es increíble lo fácil que es caer en la ruleta del vicio.
Y, después, así es como se siente un viajero: como una billetera o un dolar andante. Es una pena, porque a causa de eso no podemos adentrar un poco más en su sociedad, ni en su personalidad, que por lo que aparenta es muy jovial y divertida, ni en sus vidas ni modos de pensar.
En Vientiane, hicimos las noches necesarias para que a las autoridades competentes de la embajada de Tailandia nos concedieran los visados (que nos supo a poco y hemos decidido volver) y volvimos a ponernos rumbo al sul. El primer autobús nos dejó en el cruce de las carreteras 13 y 8. En medio de cuatro casas y alguna pensión. Nuestra idea era visitar unas cuevas de unos siete kilómetros de longitud que se atraviesa en bote y con frontales, Kong Lor. Y para eso primero teníamos que llegar al pueblo de khown Kham. No tardamos en encontrar el vehículo que nos transportaría hasta allí: una furgonetilla-tuc-tuc. 
Una hora larga más de viaje a través de un puerto de montaña interesante, en cuya cumbre pudimos otear un paisaje en donde muchas rocas enormes separadas pero no alejadas, aparecían debajo de nuestras cabezas. El paisaje, en sí, seguía siendo el mismo, pero la perspectiva hacía que aquello pareciese  un escenario muy diferente.
Hicimos noche en el susodicho pueblo y por la mañana decidimos, así porque sí, que no íbamos a pagar aquel dineral que nos pedían por hacer lo que hacen allí los farang, y que cogeríamos el primer bus (o lo que fuera) que nos dejara de nuevo en la bifurcación de caminos. Con toda la calma del mundo abandonamos allí las ganas de cueva, el candado de Borja y el único frontal que nos quedaba a los laztanas...
El autocar que nos iba a llevar hasta Pakse, próximo destino, ya nos esperaba en el cruce, así que no hubo tiempo de descanso en la mudanza de bus. Pensábamos que en unas tres horitas tocaríamos tierra, sin embargo, ya pasaron cuatro cuando el autobús se vació en una tierra que no era la que queríamos que fuese. Nos sacaron del bus y nos dijeron que en dos horas y media saldría el otro bus que terminaría el trayecto. Una tartaleta. Una lata carcomida. Y nosotros con caras de circunstacia. Para colmo nos comentaron que aún nos faltaban otras cinco horitas de paseo. Unas risas para poder fluir mejor en el momento y pa'lante.
Llegamos a Pakse, rebuscamos un poco y cogimos una mini-habitación que olía a humedad, con dos camas simples y espacio justo para echar una esterilla.  Esta, también, fue una parada nocturna, pues a la mañana siguiente tiramos millas hacia nuestra última estación en Laos: una zona llamada las 4000 Islas. Nombre que le viene por tratarse de un montón de islas, islitas e islotes que se esparcen a lo ancho de un Mekong, que llega a alcanzar los 14 kilómetros.
Y nos hemos asentado en la isla llamada Don Det para pasar los últimos días de trankis hasta que la visa cumpla sus días en esta tierraaaaa. Rodeados de agua, árboles y tormentones del copón. Y mucha paz.

 

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