2011/06/07

2011/06/03

Hace dos días nos pusimos el despertador para saltar a la carretera e intentar llegar a nuestro destino: las cataratas de Kuang Si. Íbamos con el firme propósito de llegar haciendo dedo, así que teníamos que andar con tiempo, para evitar las calores que aprietan ya a media mañana. ¡Maravilloso! Ni diez minutos de espera. El primer jeep, en el que viajaban dos canadienses que trabajaban en un proyecto para construir un dormitorio para niños en la escuela de una aldea, nos dejó a ocho kilómetros de las cascadas, pero sin tener aún los dos pies en el suelo nos paró una camioneta que cubriría el tramo que nos restaba. Como digo, no hicimos ni tres minutos de escala en aquella aldea, y de nuevo sobre ruedas. Casualmente, los que iban en la camioneta vivían a cinco metros de la entrada del parque que queríamos visitar; podemos decir que nos dejaron en la puerta de casa.
¡Vaya cataratas! El agua caía blanca y transparente en las pozas que nos ofrecían a todos los que allí acudimos un baño de mil pares de cordones; con su poquito de árbol que entraba hacia el interior de la charca, y del cual colgaba una cuerda para utilizarla de liana y saltar al agua a lo Tarzán. Primero nos hicimos la ruta de subir la catarata por un lado, cruzar el río en la parte de arriba y descender por la orilla opuesta; y ya acalorados, bajamos a la primera poza, que era la más grande, a pegarnos el chapuzón que nos merecíamos. 
Para cuando empezó a llegar la marabunta de gente, a eso del mediodía, nosotros ya estábamos listos para regresar a la pequeña urbe. Tal y como ocurrió en el viaje de ida, volvimos en dos tacarradas. Y sucedió tambien, que el matrimonio que viajaba en el primer pick-up nos pidió dinero cuando nos dejó en tierra. Nosotros tres, por supuesto, nos hicimos los longuis, y salimos por peteneras.
El resto de la tarde nos la tomamos con calma en nuestro guest-house, porque hacía un calor impresionante.
Ayer por la mañana abandonamos Luang Prabang, que hasta última hora no nos enseñó su cara más auténtica. Como la aventura previa de hacer autoestop nos salió niquelada, animados caminamos hasta donde pasaba de la carretera general con intención de empezar a viajar por Laos de una manera alternativa. El primer vehículo no tardó en parar, lo que pasa es que nos dejó a tan solo cinco kilómetros del punto de arranque. Sin perder la esperanza bajamos del remolque, agradecimos el trayecto y volvimos a sacar el dedito a paseo... unas dos horas y media que estuvimos intentándolo... hasta nos pillamos un cartón de un pack de leche, en el que escribimos el nombre de nuestro destino: Nong Khiaw. En ese tiempo pararon motoristas curiosos para preguntarnos sobre nuestros planes, un amable ciclista que añadió a nuestro cartel el nombre de nuestro destino en caracteres laosianos y una niña a la que le había comido la lengua un gato y quien se puso en cuclillas en medio de los tres para escudriñarnos sin perderse detalle y sin decir ni mú. 
Tras ese tiempo, apareció una estudiante motorizada a ofrecernos su ayuda. Nos aconsejó que cogiéramos el próximo autobús que pasara y se ofreció voluntaria para pasarse por la estación y avisarle al chófer del autobús que fuera hacia nuestro destino, de que tres turistas chiflados esperaban en la esquina de la carretera a que fueran recogidos. Pues bueno, gajes del oficio, a veces sale bien y otras no tanto... 
Tres horas después nos apeábamos en la estación de Nong Khiaw y empezábamos a caminar en busca del "puerto" del río Nam Ou. Unos quince-veinte minutos de caminata más tarde encontramos la taquilla que buscábamos, pero nos pedían más del doble por llevarnos a los tres exclusivamente hasta Muang Ngoi. La otra alternativa era la de hacer noche allí y pagar el precio estandar al día siguiente por la mañana. No lo dudamos mucho, además, se nos ocurrió que para qué pagar por dormir, que había allí mismo una tejabanita perfecta, en la que podíamos enganchar como sea nuestra mosquitera y sacar nuestras esterillas y sacos a orear. Que para algo cargamos con todo en la espalda. 
Para cuando se fundieran los últimos rayos de luz diurna, ya teníamos el chiringo preparado y los mosquitos ya habían empezado a hacer acto de presencia, así que sin más dilación, nos tumbamos los tres bajo el mismo techo y tuvo lugar uno de esos momentos mágicos de silencio en el que cada cual está en su mundo y al mismo tiempo con los demás. Un momento que reforzó de alguna manera nuestro lazo de amistad. Un silencio que no se logra cuando se está solo, pues es un silencio común, un silencio que se sujeta por la confianza de quienes la practican. Un silencio que cuesta romper, un silencio que cuenta tanto. ¡Me sentí muy feliz, por absolutamente todo lo que me rodeaba!
Pues hemos pasado una noche muy buena, y para no que decayese la tónica, hemos desayunado como reyes en el bareto de enfrente, así nuestras cosas quedaban al alcance de nuestras miradas. Una ensalada de frutas y muesli con yogur, unos bocadillos vegetales, tés de hierbas y un paseo por el toilet a descargar vientres. Ordenadamente y de uno en uno, los tres hemos pasado sin faltar por el trono turco.
Al de poco ha llegado nuestra barca y nos hemos sentado en donde se podía, para marcarnos otra horita de navegación río arriba hasta Muang Ngoi, aldea a la que solo se puede acceder mediante este transporte tan habitual en Laos. Y aquí estamos ahora...



Mujeres con el arroz. Luang Prabang.


El trío lalalá en un jeep por LP.


Oso asiático en el parque de Kuang Si.


La caída más grande de las cataratas de Kuang Si.


Monjes.



1 comentario:

  1. ZORIONAK ZURIIIIII!!!!ZORIONAK ZURIIIII!ZORIONAK MAITIAAAAAAA!!!!!ZORIXONAK ZURIII!!!!OEOEEEE!!!MAITE ZAITUT TITI!!!!!EGUN OSO OSO POLITA EUKIN,BIXOK!!!

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