2011/10/18

2011-10-18 Actualizando...

Los últimos dos días en París los pasamos paseando por aquí y por allí. Nos hicimos una gran caminata desde casa de Fred hasta el cementerio más viejo de la capital francesa: Pere Lachaise. Un cementerio, por cierto, precioso. Un lugar mágico, lejos de ser monótono o tétrico, como suele ocurrir con los campos santos: gigantes árboles ofreciendo agradables sombras a lo largo y ancho de callejuelas y pasadizos adoquinados que serpentean por entre las tumbas y los mausoleos. Lápidas modernas compartiendo vecindario con otras centenarias, esculturas de mármol, frases que nos dan qué pensar... y varios turistas paseando tranquilamente y sacando fotos a las escenas más vistosas. La tumba más visitada, la de Jim Morrison, que sin ser gran cosa, atrae a casi todos los que llegan al cementerio. 
También nos adentramos en el parque Vincennes, con la intención de averiguar qué era aquella roca que se veía a lo lejos sobresaliendo de entre los árboles. No podía ser un edificio, pero tampoco una roca natural, pues ni el color ni la ubicación nos parecían del todo adaptarse al entorno. Pensando que podría ser un rocódromo nos perdimos por entre los senderos de aquel vasto bosque. No conseguimos llegar hasta la susodicha roca, pues tanta vegetación impedía que nuestra mirada se alejase más de diez metros en cualquier dirección. Así que dimos vueltas y vueltas a gusto por haber descubierto aquel lugar en medio de París. Eso sí, un detalle que nos apenó bastante: encontramos un montón de gente viviendo escondida entre las ramas en iglús y tiendas de campaña. Según nos contó más tarde Fred, consecuencia de la grave crisis que azota esta ciudad también. (Y la roca no era un rocódromo, sino un viejo zoo abandonado...).
El sábado madrugamos para coger un tren en Montparnasse. Este tren nos llevaría hasta Chartres, una hora hacia el suroeste. Ya nos habían comentado que hacer dedo en París iba a ser una locura, por eso decidimos alejarnos un poquito e intentarlo desde allí. Desde la Gare de Chartres pateamos un buen rato, siguiendo las señales que apuntaban hacia Le Mans. Cuando nos pareció haber llegado al lugar adecuado, soltamos todos los trastos y nos pusimos manos a la obra. Por tandas. "Algún nostálgico nos parará... esto es Europa y aquí la gente sí que sabe lo que estamos haciendo, a diferencia de Asia, donde muchos nos saludaban eufóricos pensando que el dedo arriba significaba que los estábamos animando...". ¡Jaja! Más de tres largas y frescas horas sin que nadie nos parara. Algunos se reían, otros nos miraban con desprecio, otros nos indicaban que se quedaban al lado... total, nada de nada. Al cabo de ese tiempo, cuando ya estábamos para retirarnos, se nos acercó un vecino en bicicleta. Resulta que nos había visto por la mañana, y aún seguíamos en el mismo sitio. Nos dijo que quizá tendríamos que salir a la autovía... y nos animó en nuestra odisea: "bon courage". 
Pero ya no nos quedaban demasiadas fuerzas para caminar con todos los bártulos, al menos, cuarenta minutazos hasta la autovía... 
Hicimos el baile de la gallina y cantando "cococococo..." nos fuimos de vuelta hasta la estación, donde compramos los billetes que nos llevarían a nuestro próximo destino: Lorient, Bretaña. Tres trenes. Nos apeamos del último, cerca de las once y media de la noche, y en la estación nos esperaban con dos grandes y simpáticas sonrisas nuestros anfitriones: Anne y Stephen. 
Esta familia nos acogerá en su casa durante el siguiente par de semanas: nosotros trabajaremos para ellos en lo que sea necesario y ellos, en cambio, nos alojarán y nos darán de comer. Todo esto lo hemos averiguado a través del programa Helpex. Que no se trata sino de un intercambio de ayuda.


Chateau de Vincennes, el castillo que da su nombre a la zona.


Sentaditos al sol, calentando la sangre. 
Lagartijas de colores.


En el parque-bosque.


Gorka y Fred, ilustrándose...


De pote con nuestro gran amigo. 
Al final nos pillamos una mandanga graciosa...


Cuatro grados y nosotros con ropitas tropicales...


Laztantxu exhausto, esperando al tren que nos sacaría de Chartres.



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