2011/05/31

2011/05/31 Aventura del Mekong hacia Luang Prabang

El día 29 de este mes que hoy mismo se despide de nosotros, cogimos un autobús a las 6.00 de la mañana para dirigirnos a la frontera laosiana al noreste de Chiang Rai. Bajamos del autocar tras dos horas de viaje a través de  verdísimos paisajes frondosos, y un tuc-tuc nos recogió para acercarnos a la frontera tailandesa, donde nos sellaron la salida del visado. Bajando hasta la orilla del río Mekong, que nos dio la bienvenida con su fuerza, su color marrón y su anchura, pudimos comprar los billetes para que un barquero nos transportara a Huay Xai, en la orilla laosiana de aquel gran torrente de agua. Una vez cruzado el río, en tierras pertenecientes a otros líderes, pagamos para que nos dieran el nuevo visado. Además, pagamos un dolar más porque era domingo... ¡sí, sí! que en España, el que no llora no mama, pero en estos países Asiáticos, el que no inventa, no se lleva un plus por intentarlo...
Nuestra intención, por recomendación de otros viajeros, era la de coger el bote lento y navegar río abajo hasta Luang Prabang, en un viaje que duraría dos días. Así que, encontramos un puestecito donde nos vendían los pasajes para el susodicho barco, y nos volvieron a engañar... ¡jaja! ¿Te lo tomas a cachondeo o te empiezas a frustrar antes de pisar tierra laosiana? 
Encontramos el bote número 555 y nos sentamos en los asientos que nos habían asignado. Asientos de coche clavados al bote... Todo está bien. Serían las diez para cuando nos preparamos para zarpar, pero el bote no arrancó hasta las 11.30. Para esa hora el aforo de aquella cubierta estaba bien completo. Hicieron las de Dios para salir de aquel estrecho paso en el "parking" de los botes, pero exitosos y a martillazos consiguieron colocarse en el medio del Mekong, y darle comienzo a las siete horas de travesía que nos aguardaban pacientemente. Una travesía a lo largo de paisajes de jungla tropical, corrientes comidas por cientos de remolinos, decenas de rápidos y hondas nacidas sobre las rocas más gruesas, e interesantes peñascos a los que, tanto Gorka como Borja, someterían ansiosos bajo sus pies de gato y mosquetones. Una travesía, además, empapada por las sucesivas tormentas de verano, comunes en la zona durante esta estación húmeda, que nos azotaban con sus repentinas ráfagas de viento y agua.
Para hacer noche, el bote amarró sus maromas en Pak Beng, una pequeña aldea rebosante de guest-houses y con un pequeño bazar, en la orilla este del Mekong, a mitad del camino por recorrer. Cenar, dormir, desayunar y de vuelta a nuestro barquichuelo. O eso es lo que nos creíamos nosotros. Nuestras expectativas siempre engañándonos... Nuestro barco ya no estaba. Al tener el dinero embolsado el día anterior, y al saberse seguros de que los turis ya no iban a poder marcha atrás, en lugar del 555 nos esperaba un bote un tanto más estrecho. Nos metimos cada cual donde quiso o pudo (dependiendo del orden de su llegada), y volvimos a zarpar río abajo, siguiendo la dirección de la corriente hacía Luang Prabang. 
El segundo día de excursión ribereña duró una hora más que el primero, pero no dejó de deleitarnos con sus estupendas vistas. Y, finalmente, tras ocho largas horas de trayecto, encallamos en Luang Prabang, una ciudad chiquitina que por lo que hemos notado, no tiene mucho que ver con el Laos que cualquiera imagina, sino más bien con un tipo Fuengirola. Todo demasiado bien puesto en su sitio. Tras dos días de viaje viendo solo lo virgen y auténtico que es el alto Mekong laosiano, nos ha sorprendido este lugar lleno de turistas, sitios cucos para turistas y precios para turistas cucos.



Últimos pasos en Tailandia... por ahora.


En la proa tomando el fresco con Noel, un malayo que lleva 7 años viajando por el mundo. Me encanta la alegría que da esta foto.


Pak Beng.


Niños cepillándose los dientes en Pak Beng.


Bazar de Pak Beng.

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