2011/03/28

2011/03/24 De vuelta en KTM

Desde Dulhikel recorrimos en bus caminos maltrechos y comidos por avalanchas de piedra y roca, a lo largo de una larguísima garganta de inmensas paredes de pizarra. Paredes que en menos de diez metros alcanzan los mil de altura. Nuestra intención era la de llegar a Tatopani, desde el cual caminaríamos hasta encontrarnos con la frontera tibetana. Así que cogimos una habitación en un "lodge" muy pobre y precario, y pasamos la tarde pateando el pueblo, que constaba de una única calle y unas escaleritas hasta un templo. No sabemos si budista o hinduista poque aquí todo está muy mezclado y donde reza uno, reza el otro... por si acaso.
A la mañana siguiente madrugamos para ir a ver el paso fronterizo. El paseo por la garganta y sus cascadas fue maravilloso y el primer encuentro con Tibet no fue para menos. Al final  de la garganta se cruza perpendicular otro montañón de cima blanca en cuyo regazo se asienta Khasa, el primer pueblo-bazar al otro lado de la raya.
Justo llegamos a la frontera para la apertura de la puerta, que sucede cada día a las 8.00 a.m. Esperando apelotonados frente a la puerta metálica que da paso al puente que hay que cruzar para entrar en el territorio sitiado por los chinos, un buen número de mercaderes  aguardaba su turno para pasar al otro lado y traer de allí los productos baratos-baratos. Dimos con el militar más amable de todo Nepal, que nos dejó pasar a su cuartel para que pudiéramos ver de primera mano la aduana china y, después, nos escoltó hasta la rayita que hay pintada a mital del puente, y que divide, así, la tierra entre dos países. Había muchos soldados chinos, todos ellos con caras muy jóvenes y de muy mala leche.
En un momento de confusión Gorka miró de un lado para otro y, más rápido que una bala, metió su pie derecho en terreno chino. Su cara de satisfacción y alegría me dio mucha envidia, pero la gente nos empezaba a mirar raro y nos marchamos dándole las gracias a nuestro acompañante.
A las 10.00 ya estábamos con la mochilas preparadas y esperando al bus que nos llevaría al siguiente puerto. Cuatro autobuses después pisábamos Nagarkot (1950 m.). Ya eran cerca de las cinco, o sea que nos dejamos engatusar por el primer pillo que vino a ofrecernos alojamiento. Impresionantes vistas a casi toda la cordillera himalaya: Annapurna, Langtang, Sisha Pagma, Cho Oyu, incluso Everest y otro mogollón de grandes, enormes, gigastescas cimas se expandían justo al otro lado del ventanal de nuestro cuarto.
Amanecimos dos días allí antes del sol, para ver cómo este se levantaba por detrás de la cordillera, mientras el señor del hotel entonaba sus mantras, convirtiendo en mágico aquel momento. Momentos que solo pueden ser beneficiosos para la salud y el alma.
Ahora, que son alrededor de las cinco, llevaremos unas 24 horas en Kathmandu, y en este tiempo hemos podido visitar el Durbar Square y Swayambhu, el templo de los monos. También hemos quedado con Ion e Idoia, que han llegado a la ciudad hace dos días de un trekking y preparan su vuelta a casa tras medio añito de haber pululado por esta Asia tan grande y diferente.


Nuestra casa de frontera.


China a la vista.

Subiendo por la garganta y al  fondo Khasa, Tibet.



Las vistas desde el dormitorio.

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