2011/11/15

2011-11-15 La familia Noyer nos lleva de paseo

Resulta que el viernes pasado de nuevo fue festivo en Francia. Celebraban el armisticio de la primera guerra mundial. Pues ya ves, así que a los gabachei les gusta tanto las guerras, no les dan más que fiestas... ¡jeje! Pero, chorradas aparte, uno de los hermanos de Alexandre, Frank, necesitaba la ayuda de esta familia porque sus tres hijos no tendrían con quién quedarse: madre y padre, ambos debían trabajar ese día.
Así que nos invitaron a ir con ellos a la Ile de Re, que es donde viven o sobreviven. Baste decir que el puente de tres kilómetros que hay que cruzar para llegar a la isla cuesta 9 euracos en temporada baja y ¡16! en temporada alta. Hay que pensárselo bien antes de cruzar el puentecito delux. Y la cosa no queda ahí, tooodo, absolutamente todo es más caro en la isla que fuera, y según nos han contado cuanto más te adentras en la isla más se elevan los precios. Por poner un ejemplo, en Saint Martin de Re, que queda dentro del primer tercio de la isla, una barra de pan vale 2,30 contantes y sonantes.
Sin embargo, nosotros que vamos de pegote con la familia, no gastamos ni un solo céntimo. Es la vida de un helpex... ¡y luego dicen que no se vive bien sin dinero! Esa, no es mi verdad, por la cual me alegro cada día más y más. Siempre hay posibilidades... solo hace falta buscar bien, saber qué cosas son las realmente imprescindibles, y de cuáles estamos dispuestos a prescindir. Además, nuestra familia acogedora pensó que sería una buena idea llevar dos bicicletas para que servidores pudiéramos servirnos de ellas y visitar la isla. Si bien es cierto que nuestro precio a pagar era el aguantar a cinco niños de edades de entre dos y ocho años y medio, en plena crisis nerviosa, griterío profundo y rotundo desde las seis y media de la mañana hasta las diez de la noche (a veces con cánticos de guerra inesperados nocturnos), lo que obteníamos a cambio era más de lo que pudiéramos querer. De hecho, cuando estuvimos pasando aquel par de días en La Rochelle, pensamos y deseamos visitar la isla, pues nos habían recomendado verla, pero las cosas se torcieron de manera que no pudimos llegar a ella. Cosas de la vida, cosas del deseo... allí estábamos en pensión completa y bicis gratis para patearnos la isla, que está cosida de carriles bici llanitos-llanitos, para que los turis deambulen por doquier.
Nos quedamos en casa de Frank, Natalie, Cloe, Kiliand y Jade desde el jueves (hora de cenar) hasta el domingo (después de cenar). Y a decir verdad respiramos alibiados cuando por fin salimos de aquella casa de locos.  Que por si fuera poco el ajetreo con los cinco niños, el domingo nos juntamos en el pequeño salón de la casita dieciocho personas, once adultos y siete infantes, para celebrar el cumpleaños del Papi, abuelo y patriarca de toda la prole, y comer y cenar juntitos. A nosotros no nos quedó más que agradecer de corazón que nos trataran, nada más y nada menos, como a dos más de la familia, aunque hablaramos a trompicones su idioma. Gorka, con los niños es con los que mejor se comunica pues a todos les habla en euskera y ellos le responden en francés... lo asombroso es que muchas veces se entienden. Si es que hablando con el corazón no hacen falta palabras.









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